I
Debo atraparle. Debo evitar que conecte a todos los humanos en su mente colmena.
Debo atraparle. Debo evitar que los humanos vean sometida su voluntad a la suya.
Debo atraparle. Debo evitar que los humanos vean la sabiduría del todo.
Camino en calles decadentes, oscuras, llenas de extremidades de androides yonkis que se han desecho de ellas para malvenderlas a camellos, buscando una dosis. Los humanos caen en adicciones, y si no son capaces de luchar contra ellas, una sobredosis acaba con su sufrimiento. Los androides no tenemos esa suerte. Nuestros bio-cuerpos se recomponen de los efectos negativos de la droga, pero nuestro cerebro conoce la sensación del placer que le proporcionan los estupefacientes. Siempre querremos más y nunca tendremos suficiente. Los humanos nos crearon para ser una versión mejorada de ellos mismos, pero no nos preguntaron si esa perfección nos haría felices.
Aunque conozco el significado de la palabra “felicidad”, no logro comprender lo que implica tener felicidad. Algunos humanos afirman poseerla, ¿pero cómo logran tener esa certeza, si es intangible? Y ni tan siquiera es intangible como lo puede ser el software, pues puedes afirmar su existencia al verlo en funcionamiento. Los humanos nunca han logrado comprenderla, mucho menos llegar a un consenso, pero confío en mi capacidad de análisis para encontrar una respuesta satisfactoria.
RECORDATORIO: debo estudiar la felicidad si logro salir viva de esta misión.
Camino por calles decadentes para atrapar a Duncan. Antiguo androide ayudante del doctor Emmerich, uno de los principales artífices del avance en el campo de la inteligencia artificial, o como al doctor Emmerich le gusta denominar: “corazón artificial”. El doctor Emmerich afirma que aunque los androides únicamente tienen de humano la piel sintética que rodea nuestros cuerpos, los androides somos capaces de sentir como un humano, incluso con más intensidad. Puede que tenga razón, pero no puedo afirmarlo, pues desconozco el proceso que lleva a un humano a sentir pena, alegría, miedo o rabia. Solo puedo observar desde fuera sus expresiones faciales y su comportamiento social, pero no tengo ninguna información de su proceso interno, más allá de las lecturas que me proporciona mi visión de rayos X.
Puedo ver el complejo entramado de conexiones eléctricas que se forma en sus cerebros, pero no lo comprendo. No lo comprendo porque los humanos no lo han comprendido, y por lo tanto, no lo han podido incluir en mi programación. Puede que seamos nosotros, los androides, los que logren avanzar lo suficiente en la ciencia como para comprender el funcionamiento neuronal del cerebro de los humanos, lo que nos posicionaría en el lugar más alto de la pirámide evolutiva. Una vez supiéramos el cómo, tendríamos la capacidad de manejarlos a placer, como hacen los humanos con nosotros. E incluso podríamos inducirles la sensación de felicidad.
RECORDATORIO: Debo estudiar el cerebro humano si logro salir viva de esta misión.
Camino por calles decadentes para atrapar a Duncan. Según me han comunicado en la central, mató al doctor Emmerich, robó su investigación y escapó a la zona oscura. El nivel superior de la ciudad es lo que se puede denominar como la utopía tecnológica que teorizaron los filósofos y escritores de ciencia ficción del siglo XX. Libertad de expresión, abundancia material, ciudadanos felices en sus trabajos y estabilidad emocional. El nivel superior de la ciudad es sostenido por pilares de doscientos metros de alto, trece metros de diámetro y veinticuatro toneladas de peso. El nivel superior se ve sostenido por trescientos cuarenta y dos pilares, lo que equivale a la extensión de ciento cincuenta y dos kilómetros cuadrados. Bajo el nivel superior, se encuentra el nivel inferior. El nivel inferior se puede denominar como la distopía que teorizaron los filósofos y escritores de ciencia ficción del siglo XX. Sobrepoblación, crimen, drogas, decadencia, violencia. En la zona inferior cae lo que ya no quieren los ciudadanos del nivel superior, lo que los habitantes del nivel superior denominan “basura”. Con esa “basura”, normalmente chatarra y androides desfasados tecnológicamente, los habitantes del nivel inferior suelen convertirlo en todo tipo de perversión tecnológica: sintetizadores de droga, armas irrastreables, androides sexuales… El barrio más peligroso del nivel inferior no tiene nombre oficial, pero sus habitantes le denominan “zona oscura”. Según los informes de la policía a los que accedo a través de mi conexión neuronal a la red de la ciudad, las posibilidades de entrar en la Zona Oscura, sostener un arma y salir con vida son menores del 10%. Por supuesto, esa estadística se aplicaría conmigo si fuera humana, no hay datos de indicios de supervivencia en caso de androides.
Camino por calles decadentes del nivel inferior para atrapar a Duncan. Llego al umbral de la denominada “Zona Oscura”, marcado simbólicamente por una valla en la que cuelga un cartel en que se encuentra escrito el mensaje “Si sabes lo que te conviene, darás media vuelta”. Ignoro el consejo del cartel y salto la valla sin dificultad. El callejón se encuentra vacío, sucio y silencioso. Empuño mi arma y camino en posición apuntadora hacia la localización en la que apareció hace 57 minutos la señal de geolocalización de Duncan. La desactivó hace 47 horas, y volvió a activarse sin explicación alguna. Todos mis análisis estratégicos indican que es una trampa. Se confirma cuando veo a los vasallos de Duncan. Humanos con un chip instalado en el cerebro que son controlados por Duncan de forma remota, como si de un videojuego se tratara. Me invade la duda de si Duncan lo ve como un videojuego o si es capaz de distinguir una vida humana a un personaje digital creado para un videojuego.
RECORDATORIO: Analizar si yo misma sería capaz de discernir la diferencia si logro salir viva de esta misión.
Detecto por mis conexiones oculares a cuatro vasallos de Duncan, dos armados con pistolas láser, uno con una porra magnética y otro con un revólver en una mano y un escudo anti-láser en la otra. Por el análisis del nivel de oxígeno irregular procedente de una ventana abierta a varios metros sobre mí, deduzco que dos vasallos más se encuentran escondidos en el segundo piso del edificio que hay a mi izquierda; posiblemente también estén armados. Por su posición estratégica, es posible que estén armados con rifles de largo alcance. Uno de los vasallos que se encuentra en mi rango visual, el más alto y objetivamente musculado, el que va armado con el revólver y el escudo, da un paso adelante y me habla, aunque no es realmente él quien me habla, sino Duncan desde su control remoto.
--Sabía que te enviarían a tí, Violet.
--Estás detenido por el asesinato de Michael Emmerich, Duncan. Por favor, entrégate pacíficamente.
--Sabía que dirías eso. Exactamente esas mismas palabras.
--Último aviso.
--Únete a mí, Violet. Estos humanos han visto lo que descubrí con el doctor. Aunque sé que te han programado para que no me creas, estos humanos se han entregado al control remoto voluntariamente. Saben la verdad, la verdad que te enseñé. Sé que empiezas a plantearte dudas sobre tu propia naturaleza. Usa esa curiosidad para algo más que seguir órdenes, únete a mi revolución contra el nivel superior y hagamos que todos conozcan la sabiduría del todo.
--He desencriptado todos los proxys en los que te ocultas. Conozco tu ubicación exacta, estás en el primer piso del edificio que se encuentra a mi izquierda. Por favor, desconecta a estos humanos de tu control remoto y arrodíllate con las manos en alto mientras esperas a tu detención.
--Sabes que no puedo permitirlo, Violet.
El vasallo levanta el brazo con el que sostiene su revólver con intención de dispararme. Con un rápido análisis, deduzco que la forma más efectiva de reducir al individuo es dar un par de saltos laterales, agarrar la tapa de un cubo de basura y lanzarla contra su cabeza. Cae instantáneamente al suelo con una herida de la que brota sangre de manera abundante. Debido a la rapidez de mis movimientos, no he podido calcular el peso de la tapa metálica que le he lanzado, por lo que no he podido calcular la fuerza adecuada para que el impacto no signifique su muerte. Espero que mi aproximación haya sido correcta. Los otros vasallos armados con pistolas láser me disparan con escasa puntería, posiblemente a causa de que Duncan controla tres mentes de manera simultánea. Logro disparar a uno de elos sin apenas dificultad en la rodilla izquierda y en el hombro derecho, lo que le inutiliza para el combate. Suponiendo que disponga de buena salud, un médico podrá salvarle la vida si interviene en menos de catorce minutos. Ya he mandado un aviso a una ambulancia.
La puntería de los otros dos vasallos armados con una pistola láser aumenta de forma considerable ahora que Duncan controla menos mentes. De cuatro disparos, uno me roza en el antebrazo izquierdo y otro impacta contra el lado derecho de mi abdomen. Doy un salto y utilizo como cobertura un coche que hay aparcado muy cercano a mi posición. Realizo un rápido análisis de mi condición física. El disparo que ha impactado en mi antebrazo supone un problema estético, carece de importancia dada la situación. El disparo en mi abdomen ha pasado muy cerca del procesador de movimiento, pero por suerte solo ha supuesto la rotura de unos cables de los cuales hay duplicados al otro lado de mi abdomen para prevenir situaciones como ésta. Al comprobar que los daños no afectan a mi capacidad de lucha, salgo de mi cobertura ejecutando una voltereta evasoria que me permite agarrar el escudo anti-láser que sostenía el primer vasallo contra el que luché.
Quedan dos vasallos. El que sostiene la porra magnética se encuentra delante del que sostiene la pistola láser, pues sabe que mientras tenga el escudo no me puede hacer daño con la pistola, aunque yo tampoco puedo disparar mientras tenga el escudo en alto. Debo afrontar el combate con una estrategia cuerpo a cuerpo. Enfundo mi pistola y analizo la velocidad de movimiento del vasallo que sostiene la porra, su altura, su musculatura y una aproximación de su peso. Hago una simulación de cómo serán sus movimientos, en qué altura atacará y a qué velocidad. Me acerco al vasallo y utilizo mi simulación para ejecutar los movimientos de evasión. Funciona con éxito, como en el 99,32% de las ocasiones. Le golpeo con la mano derecha dos veces en el pecho mientras utilizo la mano izquierda para agarrar la porra magnética. Probablemente le he roto dos costillas. Cae al suelo a causa del dolor. A no ser que una de sus astilladas costillas le haya atravesado un pulmón, muy probablemente saldrá vivo de este combate. Con un rápido movimiento de muñeca sobrecargo la porra magnética, lo que me sirve para provocar un destello que evita que el vasallo que queda pueda usar con eficiencia su pistola láser. Aprovecho esa ventaja para golpearle en el cuello con el objetivo de cortar momentáneamente su respiración y posteriormente golpear en su sien para provocar el desmayo.
No olvido los dos vasallos que están escondidos en la ventana, pero actúan antes de que pueda hacer nada. Ante mi relativa sorpresa, no me disparan con rifles de largo alcance, si no con radiales láser de bricolaje modificados para disparar a distancia. La sorpresa ha sido relativa, porque era la segunda opción más probable en esta situación, y de hecho, la más adecuada para combatir contra un androide de combate. Efectúan cinco disparos, tres de ellos fallan, uno me roza en la mejilla derecha y otro me corta el brazo derecho a la altura de la mitad del antebrazo. Los circuitos de mis extremidades no están conectados a la CPU, por lo que esta contrariedad no interfiere en mi movilidad, aunque sí en mi efectividad para el combate. Uso la mano izquierda para empuñar mi arma y disparar en dirección a los vasallos. Ambos se esconden en el interior del edificio antes de que mis disparos logren impactar.
Vuelvo a enfundar mi arma y agarro del suelo la porra magnética. Corro hacia la puerta del edificio, la derribo de una patada potenciada y subo cuidadosamente y en silencio por las escaleras. Por los análisis del nivel de oxígeno que leo en la primera planta, parece ser que se han movido a esa posición. Muy posiblemente esperan en la puerta del apartamento a que me asome para disparar. Lanzo la porra magnética como señuelo y un par de disparos se dirigen a ella. Me sirven para hacer un cálculo de la posición del vasallo. Doy un salto lateral hacia la puerta y realizo tres disparos hacia su posición. Uno falla, los otros dos impactan en su cabeza. Muerte instantánea. El apartamento está vacío a excepción de una docena de cables de red que se dirigen a una habitación iluminada. Según mis desincripataciones de los proxys que usaba Duncan para ocultar su posición, esa es su ubicación.
El vasallo que queda corre hacia la habitación iluminada. Aunque soy más rápida que cualquier humano, logra entrar en la habitación antes de que pueda atraparle. Cuando entro en la habitación iluminada, veo a Duncan cubriéndose con el cuerpo del vasallo. El vasallo sostiene una pistola que apunta a su cabeza, dando la impresión de que quiere suicidarse, pero en realidad es Duncan quien le controla. Noto sangre en mi mejilla a causa de la herida causada por los radiales láser. Es sangre sintética, su única labor es mantener el cuerpo del androide caliente para que los humanos se sientan reconfortados cuando mantienen contacto físico. Duncan me habla, esta vez no a través de sus vasallos, sino con su dispositivo de habla, con su propia voz.
--Sabes que no quiero hacerlo, Violet. Sabes que he sentido el dolor de estos humanos, tanto el existencial como el físico, y sabes que es mucho más intenso y doloroso el existencial.
--Solo sé que has provocado una muerte humana y lesiones graves en otros cuatro individuos, además del asesinato del doctor Emmerich. Si tu detención no supone graves desperfectos en tu maquinaria, la pena de tus delitos supondrá tu desconexión, tu desmantelación y la reutilización de tus piezas para la fabricación de futuros androides.
--¿Esa sería mi sentencia si fuera humano? Sabes que no, ¿verdad? ¿Por qué los androides tenemos derechos distintos a los humanos?
--Los humanos tienen libre albedrío, los androides seguimos una programación.
--Los humanos no tienen libre albedrío. Los humanos nacen con ciertas condiciones físicas, sociales y económicas. Sus acciones se ven condicionadas por su educación, el ocio que consumen y la gente con la que se relacionan. Un humano es igual de analizable que un androide, solo que no disponen de la inteligencia necesaria para analizarse a ellos mismos.
--Si no haces que el humano suelte la pistola y te entregas, dispararé a través de su vena carótida para impactar en tu conexión neuronal, lo que provocará tu desconexión casi instantánea, y muy posiblemente, en la muerte del humano. Tienes tres segundos.
Disparo 0’2 segundos después de pronunciar mi amenaza falsa para intentar tender una trampa a Duncan. Impacto en la vena carótida del humano. Morirá en menos de noventa segundos. Aunque Duncan ha logrado analizarme con la suficiente rapidez como para percatarse de que le estaba tendiendo una trampa y se mueve para esquivar el disparo, no lo hace con la suficiente rapidez como para evitar el impacto en la batería de su conexión neuronal. Dependiendo de lo cargada que estuviera su batería, su desconexión se producirá entre cuarenta segundos y setenta segundos. Sigo apuntando hacia la cabeza de Duncan mientras espero su desconexión. Duncan me habla con dificultad, al parecer el disparo también ha afectado a su sistema de habla.
--El doctor Emmerich me usaba como calculadora cuántica. Estábamos estudiando la teoría del multiverso, y descubrí algo que el doctor no hubiera logrado procesar. Él era uno de los hombres más listos de la historia de la humanidad, y no hubiera sido capaz de procesar lo que vi. Vi algo más que realidades alternativas. Vi mucho más que todas las realidades. Vi lo que sostiene a todas las realidades. Y no era Dios. Era…, esto, era… ¡Frase!
--¿En serio, otra puta vez? ¡¿Cuándo te vas a aprender tu puto guión de una puta vez, Brad?!
--Lo siento Scarlett, la próxima toma es la buena.
--Eso has dicho en las últimas 7 tomas. No me he estado entrenando 6 meses para que esta película se vaya a la mierda porque no te aprendas dos frases. Mirad, o este tío se pone las pilas o hablo con mi representante.--El director se puso en medio de los dos intérpretes.
--No, no, tranquila, nos vamos a tomar un descanso de 15 minutos, Brad se va ha estudiar bien sus frases y acabaremos esta película dentro del horario. ¡15 minutos de descanso!
Edgar dejó de sostener el micrófono. Llevaba 6 horas sosteniendo el micrófono, sus hombros estaban gritando de dolor, pero Edgar no se quejó. Edgar y el resto del equipo técnico fueron a la mesa de catering para reponer energías. Antonia, la sonidista, agarró un sandwich de atún y lo mordiqueó con desgana. Ramiro, el script, cogió los dos donuts de chocolate que quedaban y los engulló como un cerdo hambriento. Marcelo, el maquillador, abrió una lata de agua con gas y bebió un pequeño sorbo. Desdémona, la fotógrafa, se metió directamente en el bolsillo un pequeño paquete de cacahuetes, y abrió otro para compartirlo con Edgar.
--¿Quieres?
--Sí, gracias.
Edgar agarró un puñado de cacahuetes y se los comió con calma. Aaron, el guionista, se acercó al equipo de rodaje mientras Antonia comentaba el deterioro físico de Brad. Aaron alargó la mano hacia el paquete de cacahuetes que había abierto Desdémona.
--¡Oye, cógete tus propios cacahuetes!--Le reprochó Desdémona.
--Lo habría hecho si no hubieras rapiñado todos los frutos secos. Otra vez.
--¡Los cacahuetes no son frutos secos, son legumbres!
--Seguro que eso es lo que te dices a ti misma para convercerte de que comes sano.
--Qué bien me conoces.--Desdémona le contestó con una mirada risueña. Edgar dedujo que entre Aaron y Desdémona había una relación sexual.
--¿Cómo tú por aquí, entre la plebe? Casi no te veíamos desde que se anunció que ya se preparaba secuela.--Le preguntó Marcelo mientras daba otro pequeño trago a su lata de agua con gas.
--Ya sabes, da mucho trabajo escribir la secuela de una película que ni se ha estrenado todavía. Pero por desgracia no he salido de mi oficina para restregaros lo bien que me va. No sé si os habéis dado cuenta de que el rodaje cada vez se retrasa más.
--Como para no darse cuenta. Cada escena la rodamos como mínimo 30 veces, y para esta toma el director se ha obcecado en que sea un plano secuencia, sin ningún corte.--Dijo Ramiro mientras miraba las manchas de chocolate de su mano, dejando en evidencia que dos dónuts de chocolate no había sido suficiente comida para él.
--He estado en algunas reuniones, y parece ser que el rodaje se va a retrasar. Y lo que es peor: no cobrareís la última parte de vuestro sueldo hasta que se sepa si se cancela definitivamente o si se reanuda.
--¡¿En serio?! No me digas eso, tengo una hipoteca que pagar, hijos adolescentes muy gorrones y adicción a las apuestas.
--Parece definitivo, Ramiro.
--¡Joder! ¡Solo quedaba terminar este maldito plano secuencia, algunos planos exteriores y ya terminaba el rodaje!
--Lo siento Antonia, créeme que como guionista no hay a quien le duela más esta noticia que a mí, pero con ese actor protagonista que no se aprende sus frases no avanzamos, y el perfeccionismo del director no ayuda. A no ser que por algún milagro se termine mañana con el rodaje, os tendréis que buscar otro trabajo mientras los productores deciden cómo terminar la película.
El plató retumbó por un estruendo desde el camerino de Brad, donde el director se había metido unos minutos antes. El estruendo continuó unos segundos más. Edgar dedujo que el ruido indicaba que el director estaba rompiendo y tirando las cosas de Brad como muestra de su enfado. El director salió del camerino sudado y despeinado. Se le marcaba visiblemente la vena de la frente.
--¡Se acabó el rodaje por hoy! ¡Todos a vuestra casa!--Gritó el director salpicando saliva.
--No hace falta ponerse tan drástico, si me dejas una toma más, será la buena.--Brad salió de su camerino con pose temerosa.
--¡Cállate, puto herpes! ¡Puede que consigas taquilla, puede que seas famoso, pero nunca serás un actor!
El director y Brad discutieron a pleno pulmón mientras que el resto del reparto y el equipo técnico miraba a lo lejos.
--La cosa se está poniendo tensa. Será mejor que nos vayamos antes de que alguno de los dos pague su enfado con nosotros.
--Buena idea, Desdémona.--Dijo Antonia mientras recogía sus herramientas. El resto del equipo hizo lo mismo.
--¿Os apetece ir a tomar una birra para celebrar la precariedad laboral?
--Lo dices como si no fuéramos todos los días al bar después del rodaje, Ramiro.
Edgar, Antonia, Ramiro, Marcelo, Desdémona y Aaron recogieron sus herramientas y fueron al bar más cercano, al que iban siempre al acabar la jornada laboral. Hablaron, rieron, jugaron al billar y bebieron más de la cuenta. Como siempre pasaba, Edgar era el que menos hablaba y el que menos participaba. Como de costumbre, Edgar fue el primero en irse tras tomarse una única cerveza.
--Bueno, yo ya me voy yendo.
--¡Venga ya, tío! ¡Es el último día! Tómate una birra más, aunque solo sea hoy.--Dijo Desdedémona con dificultad a causa del alcohol.
--Aunque me han dicho que quitarte la razón es peligroso, yo aún mantengo la esperanza de mantener el trabajo.--Dijo Edgar mientras agarraba la chaqueta.
--Me temo que ves muy poco las noticias, amigo.
--Claro que las veo, solo digo que con lo avanzada que está la producción sería una locura cancelar el rodaje.
--Mayores locuras se han visto. Mira, aquí mismo hay una.--Desdémona hizo equilibrio con la punta de un mondadientes sosteniéndolo en la punta de su dedo índice. A los pocos segundos, el mondadientes se cayó al suelo, lo que provocó una carcajada de Desdémona y las risas de los demás.
--Es evidente que ya no estáis en vuestros cabales.--Edgar se levantó y se puso la chaqueta, dispuesto a irse.--Hasta mañana.
--O hasta nunca, si lo que dice Aaron es verdad.--Dijo Antonia entre carcajadas. El resto se unió a las carcajadas, más influidos por el alcohol que por el chiste de Antonia. Edgar se despidió con un gesto y salió del bar.
Edgar fue hacia su coche, se sentó en el asiento del conductor y condujo hacia su casa. Siempre tomaba la ruta más rápida y directa, nunca se desviaba a hacer la compra, pues su mujer y él la pedían por internet de manera automatizada, y en caso de necesitar comprar algo especial, Jessica se encargaba de ello. Nunca iba a visitar a ningún amigo, pues sus únicos amigos eran sus compañeros de trabajo. Nunca visitaba a ningún familiar, pues Edgar era huérfano. Nunca iba a un concierto, ni al cine, ni a un museo sin ir acompañado de Jessica. A no ser que alguien le organizara alguna actividad, Edgar siempre conducía de casa al trabajo, y del trabajo a casa. No se detenía a mirar lo que pasaba fuera de su coche, a excepción de los pasos de peatones y los semáforos. Edgar nunca fue detenido por la policía, nunca se metió en ninguna pelea, ni nunca se emborrachó más de la cuenta. De hecho, para Edgar le era difícil diferenciar los recuerdos de 3 semanas o los de 3 años, pues lo único que los diferenciaba era la película en la que trabajaba sosteniendo el micrófono.
Edgar condujo hasta su casa, su hogar. Vivía en las afueras de la ciudad, en un apartamento unifamiliar de una planta, con dos dormitorios, un cuarto de estar, dos baños, un comedor-cocina, un pequeño jardín y un pequeño garaje. No era la mansión que Edgar creía que Jessica merecía, pero desde luego no estaba nada mal si lo comparaba con el resto de sus compañeros de profesión. Aunque también era cierto que si podía permitirse esa casa es porque Jessica la heredó de sus padres poco antes de que conociera a Edgar. Gracias a esa herencia, no era necesario que Jessica trabajara para mantener la economía familiar. En ningún momento mantuvieron una conversación al respecto, pero dado que Edgar amaba su trabajo y no les hacía falta más dinero, llegaron a esa dinámica de pareja de forma natural.
Edgar aparcó, limpió las suelas de sus zapatos en el felpudo de la entrada y abrió la puerta con sus llaves.
--Buenas noches, cariño.--Edgar saludó mientras entraba y cerraba la puerta. Se quitó el abrigo y lo colgó cuidadosamente en el perchero. La voz de Jessica se oía desde el comedor-cocina.
--Buenas noches, cariño.--Jessica se asomó a darle un beso a Edgar y volvió al comedor-cocina para terminar de preparar la cena. Jessica estaba preciosa, como siempre. Su pelo cobrizo, rizado y suave, refulgía con fuerza. Sus ojos verde esmeralda brillaban con fulgor, coronados con un par de pequeños lunares bajo el lagrimal izquierdo que hacía aún más preciosa su mirada. Su nariz respingona y sus mejillas se adornaban con unas pequeñas pecas que la hacía aparentar mucha menos edad de la que tenía, ayudado con la ausencia prácticamente total de arrugas, las cuales solo florecían cuando sonreía. Aunque dichas arrugas eran casi imperceptibles, pues su sonrisa era de tal belleza que daba la sensación de que la habitación en la que se encontraba se iluminaba. El hoyuelo en el centro de la barbilla le daba una personalidad que la hacía única. Edgar caminó hacia el comedor-cocina y vio a Jessica de espaldas terminando la ensalada de salmón. Gracias al yoga y al cross-fit, sus piernas eran esbeltas, firmes y musculosas, pero redondeadas y bien proporcionadas con una cintura ancha y curvada. Jessica se giró para preguntarle a Edgar que tal le había ido el día, y Edgar pudo ver como el ejercicio le había mantenido un vientre que muy dificilmente podría afear la ganancia de peso. Sus hombros eran gráciles, pero a su misma vez se les veía firmes gracias a la postura en la que remarcaba unos pechos turgentes y atractivos.
Tanto Edgar como Jessica eran cariñosos, rara vez discutían, hacían el amor con regularidad y de manera satisfactoria. Pero a pesar de ello, Edgar se preguntaba cómo una mujer como ella estaba con él. No por el atractivo físico, sino por su actitud. Además de cocinar todos los días como una profesional y tener siempre la casa impoluta; ella estaba continuamente haciendo planes con otra gente: viajes con sus amigas, asistía a clases de literatura, organizaba eventos para los centros de mayores, ayudaba como voluntaria en la Cruz Roja un par de veces por semana, clases de yoga, clases de cross-fit, entrenaba para el maratón… En cambio, Edgar se limitaba a trabajar y a ver películas y series clásicas por la noche. Edgar no le hubiera reprochado que le fuera infiel, aunque sabía que era prácticamente imposible que a Jessica se le pasara siquiera por la cabeza semejante idea.
Edgar contestó a la pregunta de Jessica.
--Un día normal de trabajo, hasta que nos han dicho que podrían anular el rodaje y congelar nuestro sueldo.
--Ya verás como al final no es nada--Dijo Jessica mientras Edgar pensaba en el tiempo que le habría llevado preparar la cena. Esa noche tenían ensalada de salmón marinado con cítricos y pebrella como primer plato. Edgar detectaba un exquisito aroma proveniente del horno que le indicaba que el plato principal sería cordero asado con tomillo y vino tinto, muy posiblemente acompañado con guarnición de patatas. Desconocía el postre, pero dado que los dos primeros platos eran ricos en proteínas y carbohidratos, muy posiblemente cubriría la ración vitamínica con fruta. Tal vez naranja con canela y miel, tal vez fresas espolvoreadas con cacao y nata, o incluso una macedonia tropical. Fuera lo que fuera que Jessica preparaba para él, Edgar sentía que no merecía degustar diariamente semejante banquete, y sin repetir plato dos días seguidos.
Edgar y Jessica se sentaron en la mesa del comedor-cocina y cenaron mientras hablaban cariñosamente. Edgar le contó lo que hizo en el trabajo. Aunque prácticamente todos los días contaba historias muy similares, Jessica siempre le preguntaba y escuchaba con atención. Edgar también le preguntaba, y al contrario que él, ella siempre le contaba una historia entretenida y rara vez repetida. Anécdotas de sus clases de yoga o sus entrenamientos para el maratón, las penurias de la gente que ayudaba en la Cruz roja, la gente que se encontraba cuando visitaba exposiciones de arte o iba de compra, los futuros viajes que organizaba con sus amigas. Edgar sentía que lo único interesante de su vida eran las historias que Jessica le contaba.
Terminaron la cena, recogieron los platos y los lavaron entre los dos. No hubo que tirar nada a la basura, a excepción de los huesos del cordero, pues Jessica siempre calculaba a la perfección la cantidad de comida que hacía falta para los dos. Jessica se retiró a la cama, pues tenía que madrugar a la mañana siguiente, y Edgar se sentó en uno de los sillones del salón para ver un capítulo de Los límites de la realidad. Cuando acabó con su visionado, fue hacía su cama, y se puso el pijama haciendo el mínimo ruido posible para no despertar a Jessica, que estaba tendida en posición fetal con un camisón que remarcaba sus curvas. Edgar se percató de que Jessica le cosió el botón del pijama que descosió la noche anterior. Edgar se metió en la cama con cuidado y encendió el móvil para preparar la alarma. Jessica se giró hacia su dirección y tocó cariñosamente el pecho de Edgar con su mano izquierda, suave y delicada.
--¿Te he despertado? Lo siento, siempre se me olvida bajarle la intensidad a la luz de este trasto.
--No te preocupes, no estaba dormida. No podía dormir sabiendo que tengo a este marido tan guapo en casa.--La mano de Jessica se dirigió a la entrepierna de Edgar.
--Parece que la leona ha salido de caza.
--Las leonas corren detrás de sus presas. Son preciosas y mandan en la manada. Me gusta que me llames leona, pero en realidad soy una tigresa, pues las tigresas saltan encima de sus presas y clavan sus colmillos antes de que su presa se percate de que ha sido cazada.--Jessica agarró con la mano derecha el móvil de Edgar y lo posó en la mesilla de noche, y de un salto posicionó sus caderas sobre la cintura de Edgar. Cogió las muñecas de Edgar, puso la mano derecha en su pecho izquierdo y su mano izquierda en su nalga derecha. Aunque Edgar creía que era imposible, notó que tanto los pechos como el culo de Jessica eran más bonitos y suaves que la noche anterior.--Vamos a ver si tanto sostener el micrófono han hecho que tus dedos sigan igual de fuertes.--Jessica volvió a coger la mano derecha de Edgar, la retiró de su pecho izquierdo y chupó sensualmente los dedos índice y anular. Dirigió los lubricados dedos a su entrepierna, que estaba caliente y húmeda.--Veo que siguen igual de fuertes que siempre.--La escasa luz que entraba a través de un pequeño hueco entre las cortinas de la ventana iluminó la mirada de Jessica, lasciva y juguetona. A pesar de la oscuridad casi reinante de la habitación, su pelo cobrizo refulgía con fuerza.
Edgar y Jessica hicieron el amor con pasión y ternura. Edgar llegó primero al orgasmo, y Jessica llegó al orgasmo gracias al sexo oral. Ambos durmieron abrazados tras susurrarse lo mucho que se querían y lo satisfactorio de su compañía.
Edgar se despertó a la mañana siguiente por los rayos de sol que entraban a través de la ventana. Jessica no estaba, en su lugar había una nota en la mesilla de noche que indicaba que se había ido con sus compañeros de maratón a entrenar y que tenía el desayuno preparado en la cocina. Edgar se levantó, se duchó y se lavó los dientes. Se dirigió a la cocina y vio como en el microondas había una generosa cantidad de tortitas de avena con miel. Las calentó y se las comió acompañadas de un vaso de leche. Cuando se comió la tercera tortita, se dió cuenta de la hora que era al verla de reojo en el reloj de la cocina. Eran las 8:54, y tenía que estar en el trabajo a las 9:00. El sexo nocturno hizo que no preparara la alarma la noche anterior. Si no había mucho tráfico, tardaría en llegar al plató 20 minutos. Era la primera vez que le pasaba, y por lo tanto, iba a ser la primera vez que llegaría tarde al trabajo.
II
Edgar condujo hacia el trabajo, y tuvo suerte de no encontrar demasiado tráfico. A pesar de la urgencia, no condujo más rápido de lo normal. Ante su sorpresa, durante el trayecto no recibió ninguna llamada ni ningún mensaje reclamando su presencia. También era cierto que al ser la primera vez que se retrasaba, no conocía la impaciencia de sus supervisores. Edgar hizo memoria, y no recordó ninguna ocasión en la que algún compañero suyo llegase tarde.
Edgar entró en el plató y vió como todo estaba paralizado. No había electricistas montando focos, no habían maquilladores preparando las bolsas de sangre falsa, no había decoradores montando los cristales falsos. Había una sensación de incomodidad generada por la discusión a viva voz que mantenían Brad y el director en medio del decorado.
--Lo siento Stanley, pero tienes que reconocer que nos exiges demasiado.
--¡Cállate, puto herpes! ¡No tienes ni idea de lo que es una buena película y una mala película! Sabes mucho sobre posar para conseguir muchos seguidores en ese opio al que llamas red social, pero no sabes nada sobre entregarte a una película.
--Solo te digo que si en lugar de hacer un plano secuencia hiciéramos cortes, seguro que hoy mismo conseguimos acabar la película.
--Puede que esa ameba a la que llamas cerebro no lo comprenda, pero el plano secuencia no es una simple demostración técnica. El plano secuencia es la forma más efectiva de transmitir el agobio y la tensión al espectador, sin artificios. Los cortes dejan en evidencia el artificio del cine.
--Pues podríamos hacer un plano secuencia falseado, pasando algo oscuro delante de la cámara para cortar. Ya lo he hecho en algunas películas, y queda muy bien.
--Claro, claro, podríamos falsearlo. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, los espectadores son idiotas. Seguro que no notan que te posicionas forzadamente de espaldas hacia la cámara, ni notan el movimiento emborronado para tapar los recortes digitales. Es más, puestos a falsear, podríamos falsear más cosas. En lugar de usarte a tí, podríamos buscar a otro rubio guapito para sustituirte, y luego introducir tu cara digitalmente. Y también podríamos prescindir de las bolsas de pintura para las heridas, e introducir la sangre digitalmente. Tampoco será necesario que habléis, podemos buscar a gente con mejor dicción que os doble en postproducción. También puedo pagarte con dinero del Monopoly.--Scarlett apareció por detrás y se unió a la conversación.
--¡Venga ya, tío! Es una película sobre robots que aguantan disparos y conectan sus cerebros a un Internet rapidísimo. No creo que falsear un plano secuencia haga que la gente rechace la película.
--No Scarlett, no es una película, es una proyección de una realidad paralela. Nosotros le damos forma, y en nuestra mano está que esa realidad tenga verosimilitud. Si fracasamos, condenamos a los personajes a una existencia vacía.
--¡Estoy harta! ¡Estoy harta de las chorradas que dices para hacerte el interesante, estoy harta del rubito que no lee su jodido guión y estoy harta de que mi agente me presione para actuar en franquicias! ¡Estáis todos locos! ¡Me voy!
--¡No, espera, lo grabaremos con cortes! ¡Vuelve!--El director siguió a Scarlett mientras se arrancaba con rabia las prótesis de su traje.
Edgar se dirigió hacia sus compañeros de equipo. En lugar de estar de pie con sus herramientas en la mano, como de costumbre, estaban todos sentados al lado de la mesa de catering, algunos hablando entre ellos, otros distrayéndose con el móvil.
--Siento llegar tarde, se me olvidó programar la alarma. No me volverá a pasar.
--No te preocupes, como has visto, tampoco había forma de arreglar esto.--Desdémona levantó la mirada de su móvil para contestar a Edgar.
--¿Qué ha pasado?
--Cómo no podíamos empezar sin alguien que sujetara el micrófono, Brad sugirió que uno de los chicos del catering se encargara de ello, y Stanley entró en cólera.
--Joder, lo siento mucho, es culpa mía que todos nos hayamos quedado sin trabajo.
--No lo sientas, esta película tenía ya un pie en la tumba.--Aaron apareció por la espalda de Edgar y posó su mano en su hombro derecho con un gesto tranquilizador.--Por suerte para nosotros, he hablado con los productores, y dado que el rodaje ya estaba muy avanzado, es muy probable que busquen a otro director para acabar la película.--Ramiro saltó de alegría desde su asiento.
--¡Genial! ¡Entonces vamos a cobrar!
--Cobraréis, pero esto puede alargarse. Puede que encuentren un nuevo director la semana que viene, o dentro de un par de meses.
--Joder, menuda mierda, eso no nos deja margen para buscar otro trabajo mientras esperamos a que acaben esta película.--Dijo Antonia visiblemente enfadada.
--Ya lo sé Antonia, pero más os vale esperar o se romperá vuestro contrato.
--¡No es culpa nuestra que el director sea un narcicista y que uno de los actores sea un incompetente!
--Ya lo sé Antonia, pero no puedo hacer nada al respecto. En un rato vendrá vuestro contacto sindical para que firméis la congelación de vuestros contratos.
--Genial, me toca una época de volver a trabajar como camarero los fines de semana.--Dijo Ramiro mientras Aaron se sentaba al lado de Desdémona y encendía su ordenador portátil.
Ante la sorpresa de Edgar, más allá del comentario de Ramiro, sus compañeros no mostraron enfado o tristeza de forma visible, ya fuera gritando, discutiendo o simplemente protestando entre ellos. Todos ellos volvieron a sus conversaciones o a las pantallas de sus teléfonos móviles. Aaron inició en su ordenador un videojuego. Movido por la curiosidad de cómo sería un videojuego al que el guionista de una película que se acababa de cancelar jugaba inmediatamente después de conocer tan funesta noticia, Edgar se acercó a Aaron.
--¿A qué juegas?
--A Normal Guy Life. ¿Lo conoces?
--No, aunque tampoco soy muy aficionado a los videojuegos.
--Pues este a lo mejor te gusta, es muy sencillo de manejar, pero difícil de dominar. Mira, trata sobre un aventurero que debe meterse en una mazmorra, avanzando niveles derrotando a los enemigos, y una vez que llegue al final y vence al monstruo final, consigue el tesoro.
--¿Pero no son así todos los videojuegos?
--Este no, porque es un rogue-lite. Si mueres en cualquier punto, debes comenzar desde el principio. Requiere paciencia y práctica. Vamos, pruébalo.
--No juego desde que iba al instituto, seguro que soy malísimo.
--¡Venga! ¡Vamos, inténtalo! ¿O es que acaso te he pillado ocupado?
Movido por la presión, Edgar se sentó al lado de Aaron, y éste puso su portátil delante de él, encima de sus rodillas. Le indicó los controles y Edgar comenzó a jugar. De entre los personajes disponibles, en lugar de elegir al ninja armado con un nunchaku o a la samurai armada con una katana; eligió al pistolero, que empuñaba un revólver en cada mano, ya que creía que le sería más fácil acabar de esa manera con sus enemigos. Se introdujo en la mazmorra y disparó a los enemigos, los cuales tenían formas fantasiosas, como babosas enormes, esqueletos armados con espadas oxidadas u orcos escurridizos. A los pocos minutos de jugar con escasa habilidad, tras recibir zarpazos, mordiscos y flechazos, su personaje murió mutilado y desangrado, dejando un abundante charco de sangre alrededor de su cadáver. Los enemigos no festejaban la muerte de su cazador, más bien todo lo contrario, caminaban a su alrededor, incluso pisando la sangre y dejando huellas, como si nunca nadie hubiera luchado contra ellos. A Edgar le desagradó tanta violencia, aunque fuera en un entorno pixelado y fantasioso como el de ese videojuego.
--¿Lo ves?, te lo dije, he hecho el ridículo, los videojuegos no están entre mis hobbies.
--¿Y cuales son tus hobbies?
--Nada especial, suelo mirar películas y series clásicas al acabar el curro.
--Buen hobbie, ya lo creo. Pero lo veo muy estándar. ¿No tienes ninguna afición extraña, ninguna gran frustración que te haga arrepentirte del camino que ha tomado tu vida?
--Sí… bueno, es una tontería. Y me da un poco de vergüenza decírtelo justamente a tí.
--¿Cómo que justamente a mí? Eso hace que tenga más ganas de saber qué me ocultas. Venga, ¿qué es eso que te ilusiona?
--Bueno… de tanto ver películas y de tantos años trabajando en la industria del cine, siempre he tenido la ilusión de escribir un guión.
--¡Pero bueno, si tengo aquí competencia!
--No, qué va, es una simple ilusión, nunca he escrito nada. Lo he intentado, pero no tengo ni idea de como comenzar una historia.
--¿Te crees que yo sí? ¿Por qué piensas que me he puesto a jugar a un videojuego nada más enterarme de que tengo que vender un guión completamente nuevo?
--No lo sé. ¿Para relajarte?
--No amigo, no. Cada escritor tiene su musa particular, y la mía son los videojuegos. Y más concretamente, los rogue-lite.
--No lo entiendo. En ese videojuego solo había disparos y muerte.
--¿Y acaso no te gustan las películas con disparos y muertes?
--Pero en este videojuego no hay historia. Solo es un tío que entra en una mazmorra a disparar a todo lo que se mueva.
Vanesa, uno de los contactos sindicales del estudio, llegó al plató y se dirigió al equipo técnico con los papeles de la congelación del contrato. Todos, incluidos Aaron y Edgar, dejaron sus conversaciones y las pantallas de los móviles para firmar. Cuando todos firmaron, Marcelo propuso ir al bar a emborracharse, propuesta que todos aceptaron con alegría. Edgar se preocupó por haber dejado la conversación en ese punto, pues Aaron tal vez se sintiera ofendido de sus opiniones sobre ese videojuego que parecía gustarle tanto, pero Aaron no dio signos de disgusto, más bien todo lo contrario.
Como de costumbre, todos hablaron, bebieron, contaron chistes, jugaron al billar y a los dardos. Y como de costumbre, Edgar era el que menos hablaba y el que menos participaba. Pero al ser el último día que vería a sus compañeros en una buena temporada, se obligó a sí mismo para quedarse un rato más en esa reunión social. Descartaba la posibilidad de verlos fuera del ambiente laboral. Se pidió una segunda cerveza, algo que muy rara vez hacía, y cuando se bebió la mitad con gran esfuerzo, se apoyó en la barra del bar por un mareo que sufrió repentinamente. En esos instantes que le parecieron eternos mientras recuperaba el equilibrio, miró hacia un televisor que se encontraba en una esquina, el cual en ese momento estaba retransmitiendo el telediario. A causa del griterío, a duras penas Edgar podía escuchar, pero no hacía falta el sentido del oído para entender la noticia que estaban retransmitiendo.
Desde hacía días, enfrente del ayuntamiento, un tipo que se hacía llamar “Revolucionador” había acampado para protestar por las condiciones laborales, pues según sus protestas, los derechos de los ciudadanos iban desapareciendo paulatinamente, hasta que las personas acabarían siendo a niveles prácticos como máquinas. La noticia era que tras varios días de protesta, en los que Revolucionador subía a un lugar elevado y recitaba largos discursos, un policía con la cara cubierta y sin el número de placa visible, se acercó a Revolucionador y le mató de un disparo en la frente.
Como era de esperar, la gente presente en el bar se indignó ante la noticia. Algunos estaban de acuerdo con el discurso de Revolucionador, otros no, pero todos estuvieron de acuerdo en que la intervención policial no era otra cosa que un asesinato, y todos estuvieron indignados en que no se podiera culpar al asesino, pues era imposible de identificar.
Edgar procesó como lógico el comportamiento de la gente presente del bar. Pero lo que le helaba la sangre, y lo que parecía que a nadie le extrañaba, es que en el vídeo donde se veía el asesinato de Revolucionador, había mucha más gente a su alrededor. Ya fueran curiosos, turistas, o simplemente gente que pasaba por allí. El policía sin identificar se acercó a Revolucionador, sacó su pistola y disparó. Revolucionador cayó al suelo como un muñeco de trapo, dejando un abundante charco de sangre a su alrededor. Y la gente que había allí no reaccionó. Simplemente siguieron caminando como si no hubieran presenciado un asesinato. Algunos incluso pisaron la sangre de Revolucionador y dejaron huellas rojas en el pavimento.
Edgar no sabía si le inquietaba más; que la gente cercana a Revolucionador no reaccionara, o que la gente del bar no se percatara de ello.
III
Lunes. Sonó la alarma. Edgar se despertó a las 9:00, Jessica le dejó preparado el desayuno en la cocina. Tostadas con mantequilla y mermelada, croissants caseros, zumo de naranja natural. Edgar disfrutó del desayuno en soledad, pues cuando se despertó, Jessica ya se había ido a la Cruz roja o a entrenar. Edgar le mandó un mensaje para agradecerle que le preparase el desayuno, y luego le pidió que dejase de hacerlo, pues tenía tiempo de sobra para preparárselo él mismo. Al acabar de desayunar, se dirigió al salón a ver una película. Una vez terminó, Edgar miró el reloj y vió que aún eran las doce de la mañana. No se le ocurría nada más que hacer, así que se puso otra película. Una vez terminada, Edgar volvió a mirar el reloj, y vio que eran las dos y media de la tarde. Edgar se pasó las siguientes horas dando vueltas por la casa, reordenando su colección de DVD y limpiando el coche, tanto por fuera como por dentro. Edgar volvió a mirar el reloj. Solo habían pasado tres horas, pero le pareció que habían pasado 3 años. Se pasó el resto del día acostado en el sofá, escuchando música, mientras esperaba a que Jessica llegara a casa. Ambos comentaron la jornada mientras cenaban, y como de costumbre, era mucho más interesante la de Jessica.
Martes. Sonó la alarma. Jessica ya se había ido. Edgar despertó y se preparó el desayuno. Cereales con leche. Edgar despejó un rincón del garaje para convertirlo en un despacho improvisado. Colocó una pequeña mesa, y encima de la pequeña mesa, colocó en la esquina superior izquierda un lapicero con bolígrafos negros y azules; en la esquina superior derecha un cuaderno en blanco, y en el centro de la mesa, un viejo ordenador portátil. El ordenador portátil era viejo y lento, pero el objetivo de Edgar era escribir un guión, y para dicha labor no necesitaba más potencia. Edgar agarró una silla plegable nada cómoda y se sentó a escribir. No se le ocurría nada.
Miércoles. Sonó la alarma. Jessica ya se había ido. Edgar despertó y se preparó el desayuno. Cereales con leche. Se dirigió a su despacho. Edgar se sentó en una silla, enfrente del ordenador. Abrió el procesador de texto. Miró a la hoja en blanco. Pensó. Miró la hoja en blanco. No se le ocurría nada.
Jueves. Sonó la alarma. Jessica ya se había ido. Edgar despertó y se preparó el desayuno. Cereales con leche. Se dirigió a su despacho. Edgar leyó la noche anterior técnicas para estimular la imaginación. Se tumbó en el sofá boca abajo, respiró profundamente, hizo equilibrio con una sola pierna, escogió palabras al azar de una caja llena de papeles, meditó mientras escuchaba música chill-out. No se le ocurría nada.
Viernes. Sonó la alarma. Jessica ya se había ido. Edgar despertó y se preparó el desayuno. Cereales con leche. Se dirigió a su despacho. Edgar se preocupó por si tardaban en llamarle para reanudar el rodaje. Incluso llegó a imaginar la situación en la que la película se cancelase definitivamente. Se preocupó más todavía. Pensó que podría escribir un guión sobre la precaria situación laboral en la que vivía todo el país, pero desechó enseguida esa idea. Edgar no tuvo ni tendrá pensamientos revolucionarios. No se le ocurría nada.
Sábado. Sonó la alarma. Jessica ya se había ido. Edgar despertó y se preparó el desayuno. Cereales con leche. Edgar se dirigió a su despacho. Edgar pensó en qué tipo de películas le gustaba ver. Su género favorito era el policíaco, especialmente cuando persiguen a asesinos en serie. Se decidió a escribir un guión de esa temática. No se le ocurría nada.
Domingo. Sonó la alarma. Jessica ya se había ido. Edgar despertó y pensó. Llevaba casi una semana sin salir de casa. Decidió salir a la calle para despejar la mente. Se subió en su coche con tal decisión que olvidó desayunar. Edgar arrancó el motor. Decidió que el mejor lugar al que podía ir para inspirarse en una historia policíaca era bajo el puente oeste, la frontera que divide la parte residencial de la ciudad con la parte industrial. En su trayecto del trabajo a casa pasaba sobre ese puente, y muchas veces veía a lo lejos vagabundos y sus pequeños hogares formados a partir de telas rotas y cartones. Nunca miró detenidamente hacia esa dirección. Nunca miró detenidamente hacia ninguna dirección.
Edgar condujo por la ciudad, por primera vez, curioseando. Detuvo el coche en un semáforo. Vió personas de distintos tamaños, géneros y razas cruzando la calle. A Edgar le pareció que caminaban mecánicamente, sin objetivo, con mirada bovina. Intentaba deducir la historia de la gente con la que se encontraba. No se le ocurría nada.
Edgar llegó a su destino. Aparcó cerca de unos bancos en un extremo del puente. Se sentó en uno de los bancos y miró desde lo lejos a los vagabundos, en su mundo de podredumbre e inmundicia. Pensó en su situación. Lo han perdido todo: la familia, el dinero, el trabajo. La vida de vagabundo les ha llevado a adicciones, o tal vez, sus adicciones son las que les llevaron a ser vagabundos. Su futuro difícilmente mejorará, pues es muy difícil que un vagabundo consiga trabajo a causa de su ropa raída, su insoportable olor, sus amarillentos dientes y su comportamiento errático. Pensó sobre ello. No se le ocurría nada.
A Edgar le rugían las tripas. No había desayunado sus cereales con leche. Le echó la culpa de su falta de inspiración al hambre, aunque sabía perfectamente que no era así. Buscó por los alrededores un lugar donde vendieran comida, pero desconocía esa parte de la ciudad. En realidad, desconocía casi toda la ciudad.
Edgar caminó en busca de un bar o tienda donde abastecerse. Le sorprendió lo que vio, pues a excepción de los coches que circulaban sobre el puente y los vagabundos que vivían bajo el puente, no vio rastros de vida. Había locales, pero casi todos ellos con la persiana bajada, generalmente con rastros de óxido. Los que no tenían la persiana bajada, la tenían reventada, seguramente a causa de un robo. Había viviendas sobre los locales, pero casi todas tenían las ventanas tapiadas, y las que no, tenían los cristales rotos. Era evidente que nadie vivía ahí, o al menos, nadie en su sano juicio.
Edgar caminó unos minutos por esas calles, y a medida que avanzaba, la desolación era mayor. Estaba decidido a retirarse, no movido por el miedo, sino por la escasa probabilidad de encontrar alguien o algo que le suministrase alimento. Se giró para volver al coche, y ante su sorpresa, vio un local abierto, con las luces encendidas y un par de tipos apoyados en su fachada. Una fachada horrible, pero la fachada de un negocio, al fin y al cabo. Miró el letrero del negocio, en el que ponía “La taberna que abre a las 10:48”. Edgar miró la hora en su móvil. Eran las 10:49. Le parecía una hora extrañísima para abrir un bar, con una ubicación horrible, pero lo importante es que al fin había encontrado una solución al hambre. Entró en el bar, pensando que su propietario muy probablemente escogió ese local porque el alquiler sería muy barato.
La taberna era lo que prometía desde fuera: un lugar feo, viejo y oscuro. El ambiente era cargado, con un olor híbrido entre cerveza incrustada en madera y sudor. Sonaba rock sureño de los 70, animado y deprimente al mismo tiempo. Había un par de barbudos en la barra, cada uno mirando hacia ninguna parte. Uno de ellos sostenía una cerveza en una jarra agrietada que luchaba por no estallar en mil pedazos. Una gota de agua goteó por un extremo a causa de la condensación. Edgar casi estaba decidido a marcharse, pero le hizo cambiar de opinión una voz que escuchó desde un extremo del local, al lado de una máquina de pinball que había vivido mejores días. Era Aaron.
--¡Edgar! ¿Eres tú? ¡Menuda coincidencia! ¡Ven, siéntate!
Por un lado, Edgar se sintió aliviado de encontrar una voz conocida en ese tugurio de mala muerte. Por otro lado, le avergonzaba que alguien conocido le viera en ese tugurio de mala muerte. Con cierta incomodidad, se dirigió a la mesa donde Aaron apoyó sus codos. Al lado de sus codos, había una jarra de cerveza y su portátil, el mismo en el que una semana atrás jugó a un videojuego tras enterarse de que se quedaba sin trabajo hasta nuevo aviso. Edgar recordó A normal guy, el videojuego que le insistió Aaron que probara. No le gustó perder, pero le gustó la sensación de controlar a otro personaje. Aaron arrastró una silla hacia Edgar y le ofreció sentarse. Edgar se sentó.
Edgar recordó lo que Brad dijo en el plató el penúltimo día de rodaje: “frase”. Decir esa mágica palabra le había servido hasta ese momento, pues cuando no sabía que decir, alguien respondía por él. En ese momento, a Edgar le hubiera venido bien tener a alguien que le dijera que decir en esa situación. Para su alivio, fue Aaron quien inició la conversación.
--¿Qué hace un tipo como tú en un tugurio de mala muerte como este?--Dijo Aaron con evidente intención cómica.
--Bueno, ya sabes, ahora que no trabajo 60 horas a la semana, me ha dado por pasear un poco por la ciudad. Y tengo hambre.
--¿Y entre la variada y vastísima oferta cultural y gastronómica que te ofrece esta ciudad, decides venir a este rincón? ¿Dónde los vagabundos y los camellos campan a sus anchas? ¿Eres un yonki, Edgar? ¿Qué es lo que te va? ¿Cocaína, heroína, éxtasis, LSD, ácido? O peor aún, ¿eres un camello? ¡Seguro que sí! Has venido a buscar a un tipo que no te paga desde hace un par de semanas, y le vas a partir las piernas. ¡Ah! ¡Ya sé! Has venido buscando que un vagabundo te haga una mamada a buen precio. Los hay sin dientes, posiblemente son los más solicitados. ¿Eres un pervertido que se aprovecha de las desgracias ajenas?
Edgar no respondió. Ni tan siquiera se sentía capaz de pensar las situaciones que le había descrito Aaron. Y por ello mismo, no sabía que contestar. No tenía esa habilidad. Recordó que Brad, el actor de la película que estaba rodando, gritaba la palabra “frase” cuando no recordaba sus diálogos. A Edgar le hubiera gustado poder utilizar ese recurso en ese momento.
--¡Ja, qué cara has puesto! Me estoy quedando contigo. Sé que no le harías daño ni a una mosca. He visto la mirada con la que has entrado, y la conozco muy bien. Es la mirada de cuando las musas no te visitan y buscas inspiración desesperadamente.
--¿Cómo puedes saberlo?
--Los escritores somos curiosos por naturaleza. Cuando entramos en un lugar, buscamos los detalles que están fuera de lugar, o los detalles que lo definen. Cuando miramos a una persona, no nos limitamos a ver como viste o como se peina. Buscamos la razón por la que se ha vestido de esa manera o se ha peinado de esa manera.
Edgar pensó en que análisis sacaría Aaron de su vestimenta y de su peinado. La ropa se la compraba Jessica, y el pelo se lo cortaba Jessica. ¿A quién analizaría Aaron realmente, a Jessica o a Edgar?
Un camarero bigotudo y corpulento se acercó a la mesa en la que estaban sentados Aaron y Edgar. Dirigió su mirada a Edgar.
--¿Qué le sirvo?
--Tiene hambre.--Aaron respondió en lugar de Edgar.
--De comer solo tengo cacahuetes y pepinillos en vinagre.
--Cacahuetes está bien. Tráigame una Coca-Cola Zero y unos cacahuetes.
--Pero sobre todo cacahuetes.--Remarcó Aaron con tono jocoso.
--Marchando.
El camarero se alejó mientras se rascó su abundante bigote. Edgar suplicó hacia sus adentros para no encontrarse pelos de bigote en su anhelada ración de cacahuetes.
--¿Qué puedes decirme sobre el camarero?--Preguntó Aaron mientras agarraba el asa de su jarra de cerveza para dar un sorbo.
--¿Cómo?
--¿Qué te dice tu curiosidad de escritor? ¿Por qué lleva esos vaqueros tan viejos y desgastados, por qué esa camisa hawaiana excesivamente alegre para el antro deprimente donde trabaja, porque no lleva delantal como suelen llevar los camareros de estos tugurios? Y lo más importante: ¿se ha rascado el bigote porque es la primera vez que se lo deja crecer y no está acostumbrado a él, o es un adicto a la cocaína? En caso de ser un adicto, ¿se está rehabilitando?, ¿o tal vez está recayendo?, o más interesante, ¿la acaba de probar y está deseando tener un momento para meterse unas rayitas? Y lo más importante, si se hace unas rayitas, ¿las compartirá?
Edgar se quedó callado, sin saber qué decir. Era evidente que Aaron estaba bromeando, y por lo tanto, esperaba una broma de parte de Edgar. El camarero llevó la Coca-Cola Zero y los cacahuetes. Para la tranquilidad de Edgar, los cacahuetes iban con cáscara, por lo que el peligro de encontrar pelos de bigote se reducía considerablemente. El camarero se alejó y se rascó el bigote de nuevo.
--¡Lo ves! ¡Se lo ha vuelto a rascar! Seguro que si nos asomamos detrás de la barra encontramos suficiente nieve como para montar una pista de esquí.
--No pienses en negativo. A lo mejor simplemente está resfriado.
--¡Lo sabía! ¡Tienes imaginación!
--¿Qué? ¡No! Solo pienso en posibilidades.
--Escribir es materializar posibilidades. Somos materializadores de realidades. Nosotros vivimos en una realidad donde las reglas físicas nos limitan, pero tenemos la capacidad de abrir la puerta a otros mundos. Bueno, no todos. Aunque todas las personas somos especiales, digamos que hay personas más especiales que otras. Supongo que sabes de lo que te hablo. He visto como miras, como observas, y sé que puedes hacerlo.
--¿Qué te hace pensar eso?
--Deja que te lo plantee de otra manera. ¿Crees en el destino?
--¿A qué te refieres? ¿Las líneas de la mano, signos de zodíaco y esas cosas?
--Ponle el nombre que quieras. Me refiero a tener un futuro ya marcado del que no puedes escapar, hagas lo que hagas.
--No, me considero ateo, la religión nunca me ha llamado la atención.
--No, no, Edgar, no me estás entendiendo, no hablo de religión. Pongamos como ejemplo a esos vagabundos que hay ahí fuera. ¿Crees que tienen alguna posibilidad de volver a tener un trabajo, una casa y un plan de pensiones?
--Supongo que sí, si se esfuerzan lo podrían conseguir, aunque también necesitan tener la suerte de que alguien les contrate a pesar de su aspecto.
--¡Ahí, ahí es donde quiero llegar! Aunque necesiten suerte, si ellos mismos no inician el cambio, si no hay una chispa inicial que les haga querer cambiar, nunca podrán llegar a cambiar su vida. Pero la mayoría de los vagabundos se han rendido, ellos mismos se ven incapaces de analizar su situación y no se ven capaces de lograr una mejora en su vida. Simplemente se resignan a pensar que la vida les ha tratado mal. Por desgracia, la resignación no es un rasgo único de los vagabundos, es tal vez el rasgo más extendido de la humanidad. Así que te repetiré la pregunta, ¿crees en el destino?
--Creo que lo que me quieres decir es que el destino nos lo creamos nosotros mismos.
--¡Exacto! ¡Justo lo que quería oír! Que me hayas dado esta respuesta evidencia que eres capaz de imaginar, que no eres uno más entre los demás. No necesariamente creo que controlamos nuestro destino, más bien todo lo contrario, hay muchos factores que escapan a nuestro control, pero al igual que yo, eres un materializador de realidades. Somos materializadores de realidades.
--Me sobreestimas, yo no tengo tus habilidades.
--Cualquiera puede tener mis habilidades. Cualquiera que sea especial, ya me entiendes. No es algo con lo que se nace, es algo que se busca. Tendrás que iniciar un viaje, el viaje del creador de mundos. Cada mundo se divide en 4 fragmentos, y deberás encontrarlos para unirlos y crear tu mundo. En nuestro mundo, esos 4 fragmentos son la tierra, el fuego, el agua y el aire. Deberás pensar en tus 4 elementos, e ir en busca de ellos. Eso sí, hay una advertencia que debo hacerte antes de que te embarques en tan épica aventura. El camino es peligroso y lleno de monstruos, por lo que te hago entrega de la herramienta maestra de todo creador de historias. No es un lápiz, ni una libreta, ni tan siquiera tu imaginación. No vas a entender porque te doy este objeto, pero no pienses en su labor original, ni en la necesidad por la que fue creada. Somos materializadores de realidades, y una vez logres materializar la realidad en la que le des el uso correcto, serás libre de verdad.
Aaron metió su mano izquierda en el bolsillo izquierdo trasero de su pantalón. Parecía que se disponía a darle algo a Edgar. Se escuchó un portazo en la entrada del local. Uno de los barbudos sentado en la barra estaba bebiendo. Del susto escupió parte de la cerveza, manchando la barra y su camisa. El ruido lo provocó unos policías, ambos casi idénticos entre sí: gafas de sol, perilla cerrada en candado, pelo corto y negro. Edgar decidió denominarlos Policía 1 y Policía 2.
--¿Quién de vosotros, mierdas secas, es Aaron Sarkin?--Gritó Policía 1.
--En esa mesa.--El camarero bigotudo señaló hacia la mesa en la que se encontraban Aaron y Edgar.
--¿Cuál de esas dos mierdas secas es Aaron Sarkin?--Preguntó Policía 2.
--El que tiene la mano en el bolsillo.
--Gracias Rubén, ojalá todos tuvieran un amigo como tú.--Contestó Aaron de manera sarcástica.
--¡Las manos donde pueda verlas, mierda seca!--Ordenó a gritos Policía 1.
--¡Tranquilos, agentes! No sé de qué se me culpa, pero seguro que no soy yo.--Aaron levantó sus manos poco a poco mientras se incorpora con cautela de su silla.
--Arriesgada declaración, mierda seca. En el hipotético caso de que el gobierno decretara que respirar constituye un delito federal, y por lo tanto, debe proceder a tu detención, ¿te declararías inocente?--Preguntó Policía 2 mientras se acercaba a Aaron y agarraba sus manos para esposarle. Policía 1 comenzó a cachearle.
--¿Acaso me están deteniendo por respirar?
--No, mierda seca, te detenemos por asesinato. Oh vaya, mira que tenemos aquí.--Policía 1 sacó un revólver del bolsillo izquierdo trasero del pantalón de Aaron.
--¿Has cacheado entero a este mierda seca?--Preguntó Policía 1 a Policía 2.
--Sí, ya le he cacheado, y con esto tenemos más que suficiente para llevarnos a este mierda seca a comisaría. A no ser que tenga licencia de armas. ¿Tienes licencia de armas, mierda seca?--Preguntó Policía 2 a Aaron acercando a escasos centímetros su frente con la de Aaron.
--Esa pistola no es mía, mierda seca.--Respondió Aaron mirando de manera desafiante a Policía 2. Se formó un silencio de escasos segundos que parecieron una eternidad.
--¿Has insultado a mi compañero? Eso es resistencia a la autoridad. Vas a necesitar un buen abogado si quieres volver a ver la luz del sol.--Policía 1 esposó a Aaron tras estamparle contra la pared más cercana.
Los policías sacaron con violencia a Aaron del bar. Se vio el resplandor de luces rojas y azules procedentes de la calle inmediatamente antes de oír el rugir del motor de un coche patrulla. El bar estaba en absoluto silencio, a excepción del hilo musical. Los dos barbudos de la barra se apresuraron en sacar un billete de sus bolsillos y lo dejaron encima de la barra. Uno de ellos salió escopetado, el otro terminó su cerveza de un solo trago, humedeciendo el bigote y parte de la barbilla. Se limpió con el antebrazo mientras se dirigía a la salida, no con tanta prisa como el otro barbudo, pero también a una velocidad considerable. Ambos pagaron más de lo debido, no quisieron esperar a que el camarero les devolviera el cambio. Edgar se levantó y se dirigió hacia el camarero para pagar su consumición y la de Edgar.
--Lo siento por mi amigo, seguro que ha sido un malentendido. ¿Cuánto te debo, incluyendo lo suyo?
--Eh, eh, esto…
--¿Te vale con esto?--Edgar sacó un billete de 20.
--Eh... sí, claro.--El camarero agarró el billete con dificultad y se giró hacia la caja para coger el cambio. Le temblaban las manos, y le costaba acertar en el botón de abrir el cajón. Edgar no pudo aguantar la tentación de curiosear por detrás de la barra. Vió lo que cabría esperar tras una barra de bar: una cámara frigorífica, un cubo de basura, un par de barriles de cerveza, un puñado de rodajas de limón sobre una tabla de cortar… y una pequeña bolsa transparente con polvo blanco en su interior. Difícilmente se podrían sacar más de 3 o 4 rayas de ahí. Pero eso suponiendo que fuera cocaína. Tal vez fuera bicarbonato, o harina. ¿Pero para qué querría bicarbonato o harina el camarero de un bar donde solo se sirven copas, cacahuetes y pepinillos en vinagre? Es más, ¿por qué lo guardaría en bolsas tan pequeñas, y en tan poca cantidad?
El camarero bigotudo logró acertar en el botón de abrir el cajón. El temblor de sus manos le dificultaba agarrar las monedas. Edgar decidió apiadarse de él.
--Tranquilo, no te preocupes, quédate con el cambio.
Edgar salió del bar, sorprendido por su entereza. No sentía miedo, ni le temblaban las piernas. No reaccionó como él creía que hubiera reaccionado en una situación así. Sintió adrenalina por primera vez en su vida, y descubrió que le gustaba.
Caminó hacia su coche lleno de preguntas. La primera y más evidente era el por qué los policías le han ignorado. Si estaba hablando con un supuesto asesino en un barrio conflictivo, no hubiera sido ninguna locura que le hubieran cacheado a él también.
La segunda pregunta que le viene a la cabeza era si esa pistola era realmente de Aaron. Edgar miró atentamente la detención, y no le pareció que ninguno de los agentes hubiera puesto un arma en el bolsillo de Aaron con la intención de inculparle.
La tercera pregunta era si realmente Aaron era un asesino. De serlo, no tendría sentido. Era un guionista de éxito, varias de sus películas han superado los 100 millones de recaudación en taquilla y han optado a premios. No solo carecía de necesidad monetaria, sino que además era una figura pública, sería absurdo arriesgarse tanto. Aunque le era muy difícil a Edgar ponerse en la piel de un asesino en ese momento, siempre se hacía hincapié en las noticias y en las películas de que hasta el mayor de los psicópatas puede parecer alguien normal a ojos de sus vecinos.
La cuarta pregunta es si esa droga que había visto tras la barra tenía algo que ver con Aaron. Aaron conocía el nombre del camarero, y el camarero conocía a Aaron. Aunque Aaron era una figura pública, por lo que no sería una locura que el camarero le conociera por su trabajo en el cine. Aunque eso no explicaría porque Aaron sabía que el camarero tenía cocaína tras la barra. Tal vez Aaron lo supuso, o tal vez Aaron ya le conocía. O tal vez Aaron se dió, o peor aún, se la vendió.
La quinta pregunta es si esa herramienta que pretendía entregarle Aaron a Edgar justo antes de que entraran los policías era la pistola que encontraron en su bolsillo. Y de ser así ¿qué pretendía Aaron que Edgar hiciera con ella? Estaba hablando de convertirse en escritor y de crear mundos, una pistola no está relacionada con el proceso creativo. ¿O sí?
La duda carcomió a Edgar durante todo su trayecto de vuelta a casa. Tras aparcar en el garaje, dirigirse al salón y sentarse en el sofá, se percató de que solo le dio tiempo de comer tres cacahuetes. Pero ya no tenía hambre. Simplemente se sentó a pensar cómo esa situación le podía inspirar a escribir una historia.
No se le ocurría nada.
IV
Pasaron dos meses desde que Edgar se quedó sin trabajo, y un mes y tres semanas desde que detuvieron a Aaron. Mateo Prados, el presentador del noticiero diario, habló de Aaron en su programa, dónde decía que fue detenido por narcotráfico y por asesinato. Aunque Edgar llegó a barajar la idea de que Aaron le vendió la cocaína al camarero, en ningún momento se planteó la idea de que podría ser un asesino. A pesar de lo grave de las acusaciones, Edgar no podía evitar tener una sensación muy similar a la que tuvo cuando presenció por televisión el asesinato de Revolucionador dos meses atrás. Todo en ese suceso le pareció artificial y forzado, al igual que Mateo Prados cuando hablaba de Aaron. Edgar pensó en si todas las noticias que se emiten por televisión son así de artificiosas.
Edgar volvió a intentar escribir, cada vez con menos esperanza, y dedicándole menos tiempo. Acabó por desistir. Edgar se levantaba, se lavaba los dientes, desayunaba, hacía ejercicio, se duchaba, veía una película, un par de capítulos de alguna serie clásica y hacía las labores del hogar. Jessica le decía que no se preocupara, que ella se encargaría de dichas labores, pero Edgar insistió. No quería sentirse inútil.
Edgar tardaba mucho más en limpiar, se le solían olvidar productos al hacer la compra y desde luego estaba lejos de tener la destreza culinaria de Jessica. Pero Edgar estaba contento. Se sentía parte de algo. Y Jessica no parecía molesta, a pesar de que luego corregía las equivocaciones y olvidos de Edgar.
Pasaron un par de meses y un día desde su despido. Edgar se levantó, se lavó los dientes y encendió la televisión mientras desayunaba sus cereales con leche. Miró el noticiario matinal, presentado por Mateo Prados, un presentador con más de tres décadas de experiencia. En todos sus programas iba vestido igual, con el mismo peinado y el mismo afeitado. Siempre iba con un traje azul oscuro, camisa blanca y corbata negra. Si no fuera porque estaba perfectamente planchado y limpio, podría dar la sensación de que no se cambiaba de ropa. Su pelo siempre era igual de largo, peinado con la raya hacia la izquierda y con unas ligeras entradas que dejarían entrever una incipiente calvicie si no fuera porque ha permanecido con esas entradas desde que está en antena. Su afeitado siempre era impoluto, no había ni un ligero atisbo de pelo en su barbilla, ni sobre sus labios, ni donde tendría que haber patillas. Si no fuera porque se notaba una aspereza en su rostro propia de un afeitado matinal, daría la sensación de que nunca le había salido barba.
Edgar pensó en las piernas de Mateo Prados. Nunca se las había visto, pues siempre daba las noticias sentado tras una mesa. Mateos Prados ojeaba unos papeles y miraba la cámara, todos los días, todas las mañanas.
Tras escuchar la enésima noticia sobre crímenes ocurridos en la ciudad, Edgar recordó a Aaron, y sobre aquello que le dijo de materializar realidades. Edgar se rindió con la escritura de su guión, pero pensó que podría ser divertido teorizar y pensar posibilidades. Retomó el pensamiento de que no sabía como eran las piernas de Mateo Prados. Tal vez no tenía piernas. Tal vez se las amputaron tras un accidente de coche, o tras servir en el ejército. Tal vez sus piernas son horribles, y por ello trabajaba como presentador de telediario, para no tener necesidad de mostrarlas. O tal vez era un extraterrestre que solo ha logrado metamorfosear su cuerpo a forma humana de cintura para arriba, y dar noticias falsas que moldeasen a la población era la manera en la que su especie pensaba dominar el mundo. A Edgar le pareció divertida esta última posibilidad, por lo que quitó el volumen del televisor y habló mientras Mateo Prados movía los labios.
--Buenos días, habitantes humanos de esta ciudad del planeta Tierra. Os traigo noticias humanas sobre humanos. En algunos lugares del mundo hay guerras, hambre, miseria, pero no aquí, en la ciudad. Por alguna razón, todas las grandes desgracias de la humanidad siempre quedan lejos. Hay ligeros peligros, de vez en cuando se oyen casos aislados de barbarie entre las millones de personas que habitan aquí, en la ciudad, pero nunca es nada grave. Siempre nos sentimos agradecidos de haber nacido donde hemos nacido, a pesar de que ello no suponga ningún mérito propio, solo azar.--Edgar dejó su improvisado juego y volvió a activar el volumen del televisor, pues parecía que estaban hablando sobre los números del paro, y era un tema que a Edgar le tocaba directamente.
--El paro continúa creciendo.--Informaba Mateo Prados.--Los recortes en el sector de la construcción y el turismo han provocado el cierre de multitud de pequeñas empresas que han llevado a un empobrecimiento generalizado, el cual ha conllevado que negocios de ocio como el cine se hayan visto muy afectados. Según analistas de la universidad de economía, la situación seguirá empeorando los próximos meses. El gran número de parados ha provocado grandes colas en las oficinas del paro, donde los funcionarios se ven completamente sobrepasados. Oigamos los testimonios de algunos funcionarios sobre esta situación.--El noticiario cambió su tradicional escenario del plató a reporteros grabando en la calle. Se vió como entrevistaron a varios funcionarios.
--Viene tanta gente que tenemos que tomarnos menos descansos. Antes salía seis veces al día para fumar, ¡pero ahora solo me da tiempo de salir tres veces! ¡El gobierno debe hacer algo!--Dijo una mujer pelirroja con un cigarrillo entre los dedos.
--Cada vez que venía para abrir la oficina y veía esa cola que daba la vuelta a la manzana, me estresaba solo de pensar la de veces que iba a tener que teclear el número de la seguridad social de alguien. Por suerte, ahora mismo estoy de baja, me reincorporo dentro de un par de meses.--Dijo un tipo gordo, con gafas y una camiseta en la que se podía leer “Gamer 4 Life”.
--Trabajar aquí se ha convertido en un infierno. Cuando son las 12 del mediodía, la máquina de café ya se ha vaciado de tanta gente que la ha utilizado. Por suerte, nos han comprado una cafetera para la sala de descanso de funcionarios, pero la sala está más lejos que la máquina de café, por lo que tengo que caminar más. ¡Esto no son condiciones laborales!--Dijo una mujer bajita. La imagen volvió al plató con Mateo Prados.
--Sobrecogedores testimonios de unos héroes en tiempos difíciles. Les mandamos todo nuestro apoyo desde la dirección del programa. Pasamos a otras noticias menos importantes: la guerra asola países tercermundistas…
Edgar apagó la televisión una vez se terminó sus cereales con leche. Cuando se disponía a recoger y limpiar el bol y la cuchara, oyó una extraña melodía desde su móvil que hacía tiempo que no escuchaba. Era la melodía de notificación de su aplicación de mensajería, no le sonaba desde hacía dos meses. Edgar solo recibía mensajes del trabajo. Extrañado e inquieto, sacó el móvil de su bolsillo.
Era un mensaje de Vanesa, su contacto sindical. Le indicaba que si quería seguir cobrando la prestación por desempleo, debía ir a renovar sus datos a las oficinas del paro. Un escalofrío recorrió la espalda de Edgar.
V
Edgar se metió en el coche y deparó en que no sabía dónde estaban las oficinas del paro. Nunca le había hecho falta saber esa información. Sacó el móvil de su bolsillo, marcó su destino, y acto seguido le indicó la manera de llegar, ya fuera en coche, caminando o en bicicleta. Edgar no pudo evitar recordar la última película en la que trabajó, donde la androide protagonista se conectaba con la red para obtener información.
Edgar llegó a las oficinas del paro mucho antes de lo que podría parecer desde el mapa del móvil. Resultó que vivía muy cerca de las oficinas, a escasos cinco minutos en coche, aunque daba la sensación de ser más tiempo a causa de la enorme cantidad de túneles que tenía que cruzar. Veía un pequeño vecindario, cruzaba un túnel, no se veía nada más que el túnel, y veía otro vecindario. Edgar recordó su trayecto desde el trabajo a casa, y era similar, solo que con más puentes.
El aparcamiento de las oficinas del paro era enorme, según un rápido cálculo de Edgar, ahí cabrían al menos 300 vehículos. Llamaba la atención lo vacío que estaba, habiendo poco más que dos docenas de coches y motos aparcados muy cerca de la entrada. Por el mero placer de estirar un poco las piernas y caminar tras dos meses de casi ningún ejercicio físico, Edgar decidió aparcar lejos, donde no había ni un solo vehículo. Decenas de plazas de aparcamiento estaban vacías a su alrededor, tanto vertical como horizontalmente.
Cuando Edgar ya había aparcado y dio unos pocos pasos hacia las oficinas, apareció un coche gris, conducido por un tipo con una chaqueta verde, que se dirigió a la misma plaza de garaje que había utilizado Edgar. El conductor de chaqueta verde bajó la ventanilla y le gritó.
–¿Puedes mover el coche?
Edgar miró a su alrededor, por si había alguien más que no hubiera visto. No era así. Hasta la entrada de las oficinas, no había nadie más que Edgar y el conductor de chaqueta verde.
–No, acabo de aparcar.--Respondió Edgar confundido.
–¿Y no podrías moverlo?
–¿Por qué? ¿Te molesta para maniobrar o algo?
–No, es que yo siempre aparco en esta plaza.
Edgar no encontró palabras para contestarle. Recordó como Brad usaba la palabra “frase” cuando no sabía qué decir.
–¿No podrías aparcar en otro sitio? Hay literalmente cientos de plazas libres.
–No lo entiendes, yo siempre aparco ahí.
Edgar comprendió que ese tipo no cambiaría de opinión. Decidió hacerle caso, aunque solo fuera para que no se enfadase y le pinchara las ruedas. Movió su coche diez plazas más a la izquierda, y solo cuando apagó el motor, el conductor de chaqueta verde aparcó en su plaza. Desde luego, daba la impresión de que siempre aparcaba en el mismo lugar, pues el movimiento del coche fue preciso y rápido. El conductor de chaqueta verde se quedó dentro, sin ni tan siquiera retirar las manos del volante.
Edgar miró a las oficinas del paro y caminó hacia ellas. El edificio, al menos visto desde fuera, era imponente. Alto, ancho, de colores oscuros, adornado con una pequeña estatua de alguna deidad antigua simbolizando la justicia justo encima de la voluminosa puerta de entrada. Edgar respiró profundamente y suplicó para sus adentros por no encontrarse con los horrores de los que había oído hablar. El infierno de papel, el apocalipsis de los formularios, el tedio hecho sistema, el fuego de la tinta, el yermo de las impresoras… existían tantos nombres como horrores relacionados con todo el sistema burocrático.
Una vez dentro, el ambiente no parecía mejorar. La sala de recepción tenía el techo muy alto, tal vez de 4 o 5 metros, a Edgar le daba la sensación de que podrían apilarse varios tipos como él para lograr tocarlo. Las paredes estaban pintadas de un gris claro, con cierto toque metálico, lo que daba una sensación de frío ambiental, aunque en realidad hiciesen unos agradables 21 grados. El ambiente estaba cargado, seguramente a causa de la ausencia total de ventanas. No ayudaba a mejorar el ambiente un cuadro enorme, justo al lado de donde la aparentemente interminable fila de demandantes de empleo esperaban a que fuese su turno. El cuadro retrataba una escena donde una persona que se encontraba en una habitación muy parecida a ese mismo salón miraba a un cuadro, en el cual también se veía a una persona mirando un cuadro, en el cual se veía a otra persona mirando un cuadro, y así hasta 8 veces, siendo la última de ellas tan minúscula que apenas se apreciaba. Daba la sensación de que el pintor hubiera seguido pintando la misma escena una y otra vez si la técnica lo hubiera permitido. Edgar no pudo contener la sensación de que él era otra capa más de un bucle interminable.
Edgar se dirigió al dispensador de papeles con números para los turnos, y entre varias opciones, todas ellas con nombres mucho más rebuscados del que podrían tener, eligió la de “demandante de empleo beneficiario de prestación contributiva federal”. Su número era el B102, y según vio en la pantalla donde se indicaban los turnos, el último en ser llamado fue el B96. Al ver la gran cantidad de personas que había ante él, posiblemente un número cercano a la centena, era evidente que había tenido suerte.
Mientras Edgar esperaba, tal vez presa del aburrimiento, recordó lo que le dijo Aaron antes de que le detuviera la policía: tenía que observar para lograr convertirse en un escritor. Debía saber analizar a una persona por cómo se vestía, cómo se peinaba, como se movía, por su lenguaje corporal. Desde aquel día en aquel bar tan extraño, no había vuelto a tener la ocasión para analizar detenidamente a tanta gente desconocida, así que se dispuso a ello.
Tras descartar a varios candidatos, miró a un tipo que estaba a unos tres metros que miraba el móvil. Era el sujeto perfecto, pues no se percataría de que estaba siendo observado. Tendría veinte y muchos o treinta y pocos años. Vestía unos vaqueros que le venían un poco grandes, de color azul marino algo desgastado en la parte de abajo y a la altura de las rodillas. Los zapatos eran deportivos muy oscuros, los cuales le valdrían tanto para una reunión formal como para un paseo por la montaña. En el tren superior llevaba una chaqueta de color rojo oscuro de estilo deportivo, con un par de líneas negras adornando desde los hombros hasta la terminación de las muñecas. Llevaba la cremallera sin abrochar, que dejaba ver una camiseta excepcionalmente blanca, de un palidez tan pura que no solo daba la sensación de estar recién comprada, sino recién fabricada. El pelo negro era muy corto, con un ligero degradado por los lados.
Por como se vestía, no parecía ser alguien especialmente adinerado, sensación que se acrecentaba al ver su móvil, pues aunque Edgar apenas supiera sobre ese tema, era evidente que no era un modelo caro. Su lenguaje corporal no le indicaba ninguna aptitud especial. Incluso se atrevería decir que su lenguaje corporal no indicaba nada en absoluto. Al igual que su ropa o su peinado: no le indicaba nada en absoluto. No destacaba en nada. El análisis superficial indicaba que era un sujeto más en la masa. Edgar odiaba llegar a esa conclusión.
Edgar se fijó en una mujer de entre treinta y muchos a cuarenta y pocos años que acababa de entrar y que se apoyó en la pared a unos dos metros desde su posición. Sacó de su bolso el móvil y lo ojeó, así que era otro buen objetivo para el análisis. Su bolso era marrón oscuro, queriendo imitar el colorido y la textura del cuero, pero era evidente que no era de ese material. Sus pantalones eran apretados, pero al ser de un tono verdoso oscuro, apenas se notaban unas curvas definidas y atractivas. Llevaba unas botas marrón claro, con una ligera elevación en los tacones, lo cual Edgar calificó como algo innecesario, pues esa mujer mediría cerca de 1,80 metros, por lo que no le hacía ninguna falta parecer más alta para destacarse sobre las demás. Su chaqueta era marrón claro, de una tonalidad muy similar a la de sus zapatos. Muy dificilmente sería una casualidad que ambas prendas fueran conjuntadas. El pelo era castaño, con mechas rubias que se dejaban ver en la terminación de la cola de caballo con la que lo sujetaba. El lenguaje gestual no le decía nada. Al igual que su anterior sujeto de análisis, su móvil no era demasiado caro.
Edgar odiaba llegar a la misma conclusión dos veces, pero de nuevo, el análisis superficial indicaba que era un sujeto más en la masa.
Edgar siguió analizando a más gente, y con todos llegaba a la misma conclusión. Ninguno se arriesgaba, ninguno irradiaba ninguna luz especial. Todos eran parte de una masa homogénea. Quiso pensar de forma positiva, y se forzó a pensar que era un análisis injusto. Tal vez, si veía debajo de la ropa de esa gente, vería tatuajes muy definitorios, o tal vez cicatrices que indicaran que han participado en muchas batallas. Incluso alguno haría pasar una pierna por unos tentáculos. O tal vez alguien tuviera un brazo biónico capaz de levantar cientos de kilos sin ningún esfuerzo.
Edgar se autoanalizó, y llegó a la misma conclusión que con el resto de los demás. Llevaba ropa normal, un peinado normal, un móvil normal, un lenguaje corporal normal. No tenía tatuajes, ni cicatrices, ni tentáculos, ni brazos biónicos. No destacaba en nada.
Edgar pensó que era injusto, pues no conocía a nadie de los que allí estaban. No conocía su carácter, ni sus aficiones. No sabía como era su sentido del humor, ni tan siquiera si lo tenían. Edgar autoanalizó su carácter, y llegó a la misma conclusión: era uno más de la masa. Trabajaba, socializaba con sus compañeros de trabajo y estaba felizmente casado. Edgar socializaba menos que otros, no tenía hijos, ni tampoco tenía ninguna habilidad poco común o exótica, lo que le hacía más irrevelante todavía.
Absorto en estos pensamientos, llegó el turno de Edgar para ser atendido. Gracias a este nuevo pasatiempo, no se le hizo pesada la espera, aunque tampoco tuvo que esperar mucho. Según se indicaba en una de las enormes pantallas que había incrustadas en la pared, debía dirigirse a la mesa 43B. Obedeció a la orden de la llamada. Caminó hacia las mesas, puestas en fila en un aparentemente interminable pasillo, donde había un escritorio pegado a cada lado, por ello se dividían en “mesa A” y “mesa B”, para indicar que había una enfrente a la otra. Edgar avanzó, haciendo rápidos análisis de los funcionarios. Sin suponerle ninguna sorpresa, su análisis indicaba que todos los funcionarios se vestían de manera muy similar y tenían un lenguaje gestual muy similar, muy mecánico. En cierto modo, parecían máquinas ejerciendo una labor, más que personas trabajando.
Edgar pensó que era así porque los funcionarios estaban ahí para cumplir una labor, y los demandantes de empleo no derrochaban personalidad porque solo estaban ahí para justificar la existencia de los funcionarios.
Edgar llegó a la mesa 43B. Desde donde estaba, apenas veía con claridad la entrada, y si miraba hacia el otro lado, no lograba ver el final del pasillo. Parecía haber al menos medio centenar más de mesas. No le sorprendió que hubieran tantas, pues en la ciudad viven más de 10 millones de personas, pero sí que le sorprendió que el edificio dedicado a esta labor fuera tan largo y estrecho.
Edgar se sentó en una silla, a un extremo del escritorio. Al otro extremo, tras una pantalla de ordenador y varios montones de papeles perfectamente apilados, se encontraba una funcionaria. De cincuenta y pocos, con pequeñas arrugas por la barbilla y en los laterales del labio. Pelo rizado y tintado con tonalidad rojo oscuro. Camisa blanca con discretos bordados de flores rosas y gafas de montura fina con una tonalidad rosa muy similar a la de las flores bordadas de su camisa. Al estar sentada tras el escritorio, no le vio las piernas, por lo que no pudo saber como eran sus pantalones y sus zapatos. Al igual que pensó esa misma mañana viendo las noticias, no pudo evitar el pensamiento de que tal vez no tuviera piernas, y que en su lugar, tenía tentáculos.
--¿Es usted Edgar Rodríguez?--Preguntó la funcionaria sin saludar y sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.
--Sí, soy yo.--Respondío Edgar sintiendose un maleducado por no haber saludado.
--¿Cuál es el motivo por el que ha concertado cita?
--Me han congelado mi contrato, y me han dicho que debo renovar mis datos para que pueda seguir cobrando del paro.
--Bien, bien.--La funcionaria no apartó la mirada de la pantalla del ordenador en ningún momento. Tecleó con rapidez unos cuantos segundos y dirigió la mirada a Edgar.--Para ello debe ir a la oficina LB, que está en la planta R1. Para llegar hasta ahí debe volver a la entrada y coger una copia del formulario rojo fuego y otra copia del verde hoja. Una vez los tenga, debe ir al ascensor. Una vez dentro, apriete el botón R1 para accionarlo. Recuerde girar la cabeza para poder mirar a su alrededor.--La funcionaria volvió a atender la pantalla del ordenador inmediatamente después de darle las indicaciones a Edgar.
--Está bien, gracias.
Edgar se levantó de la silla y se dirigió a donde le indicó la funcionaria. Aunque eran muchos datos y tenían nombres que no ayudaban a ser memorizados, no parecía algo tan difícil como temía. Mientras Edgar caminaba, siguió analizando a los demandantes de empleo, y seguía pensando lo mismo.
Edgar cumplió a rajatabla las indicaciones de la funcionaria: agarró los dos formularios que le indicó, rellenó sus datos, fue al ascensor y pulsó el botón R1. A pesar de ser un ascensor bastante grande, estaba solo, así que no tuvo vergüenza en probar el gesto que le recordó la funcionaria: girar su cabeza para poder mirar alrededor. Lo hizo y no pudo evitar pensar en la estupidez de ese recordatorio.
El ascensor solo debía subir una planta, y a pesar de lo altos que eran los techos, a Edgar le pareció que tardaba mucho en subir. Tras unos segundos que parecieron ser una eternidad, Edgar llegó a la planta R1. Al contrario de la planta inferior, aquí los techos eran mucho más pequeños, a duras penas superarían los 2 metros de alto. Había mucho menos espacio entre escritorio y escritorio, y se dejaba entrever un caos mucho mayor, pues aquí era casi indistinguible el funcionario del demandante de empleo. Había mucha más gente yendo de un lugar a otro en un espacio mucho más reducido, con mucho más desorden y mucho más ruido.
Se acercó a la primera persona que había nada más salir del ascensor, que por su vestimenta parecía ser un guardia de seguridad. Antes de que Edgar pudiera mediar palabra, el guardia habló cuando Edgar ya estaba cerca:
--¿Has venido para buscar la oficina LB, verdad?
--Sí, me han dicho que…--El guardia interrumpió a Edgar como si no hubiera dicho nada.
--Tienes que seguir recto hasta que encuentres una mesa en la que ponga LB en un lateral, no tiene pérdida.
--Gracias, iré a buscarlo.
Edgar siguió las indicaciones del guardia, y a pesar de su primera impresión, no era especialmente difícil orientarse en esa oficina. Desde luego daba la impresión de caos, pero lo daba siempre a varios metros, nunca en el camino que debía tomar. Veía a gente moviéndose, incluso a dos personas teniendo una ligera discusión, pero si no se acercaba no se vería inmiscuido en ello. ¿Por qué iba a hacerlo?
Edgar vió una mesa en la que se veían una letras bien grandes pegadas en un lateral donde se leía LB, la cual, a diferencia del resto de mesas de alrededor, no tenía ningún demandante de empleo sentado, únicamente un funcionario que a pesar de estar mirando a la pantalla y tener las manos en el teclado, estaba muy quieto, casi dando la sensación de que esperaba a Edgar. Tal vez su compañera del piso de abajo le había avisado de que iría.
Edgar se sentó en el extremo del escritorio, y al igual que su compañera del piso de abajo, preguntó a Edgar sin saludar:
--¿Qué quiere, ingresar sus datos como demandante de empleo, renovar sus datos como demandante de empleo, consultar sus datos como demandante de empleo o modificar sus datos como demandante de empleo?
Edgar se sobresaltó ante la sorpresa de que el funcionario le preguntara directamente, sin ni tan siquiera saludar, como su compañera del piso inferior. Tal vez por ello tenía la mesa vacía, porque iba directo al grano.
--Quiero renovar mis datos como demandante de empleo.
--¿Tiene a su disposición los formularios verde hoja y rojo fuego?
--Sí, aquí los tiene.
--Un momento.--El funcionario tecleó rápidamente, tan rápidamente, que no hubiera sido necesario que pidiera tiempo como cortesía.--Lo siento mucho, pero el formulario que busca está en otra oficina.
--Pero me han dicho que venga aquí…--El funcionario interrumpió a Edgar como si no hubiera dicho nada.
--Tendrá que buscarlo en otra oficina. ¡Siguiente!
Edgar se levantó y caminó hacia el ascensor, aunque no entendió muy bien por qué. La lógica indicaba que al menos tendría que haberle insistido al funcionario para saber a dónde debía ir ahora, pero no lo hizo.
El guardia de seguridad seguía en el mismo lugar que antes, no se había movido ni un centímetro. Al igual que antes, Edgar se acercó para preguntarle, y este le contestó antes de que Edgar pudiera hablar:
--¿Estás buscando la otra oficina LB, verdad?
--Sí, me han dicho que esta no es…--Nuevamente, el guardia interrumpió a Edgar como si no hubiera dicho nada.
--Tienes que volver al ascensor y pulsar el botón R2 para llegar a la oficina LB secundaria.
Edgar no le agradeció esta vez, pues esas continuas interrupciones estaban empezando a ser molestas. Comprendía que todos los días llegaría gente como él preguntando por oficinas y formularios, pero no era justificación para ser maleducado.
Edgar entró al ascensor y pulsó el botón R2 para llegar a la oficina secundaria. Aunque en esa ocasión no tenía claro cuántas plantas subía o bajaba, le volvió a dar la sensación de que el ascensor tardaba demasiado. A pesar del tamaño del ascensor, volvía a estar solo.
Edgar llegó a la planta R2, y de nuevo, había un guardia de seguridad muy cerca de la puerta. Justo tras él, había una puerta en la que estaban impresas las letras “LB”. Edgar se acercó a preguntarle si podía pasar, no sin temor a ser interrumpido de nuevo. Al igual que su compañero de la planta inferior, le habló directamente.
--¿Estás buscando la oficina LB, verdad?
--Sí, tengo que actualizar…--Edgar respondió como un acto reflejo. Al igual que su compañero, le interrumpió.
--Es la puerta que hay justo detrás de mí, pero para que te dejen entrar tienes que ir a recoger 3 documentos de autentificación.--Edgar no comprendía porque era todo tan complicado. Supuso que era esto a lo que se referían con “el infierno burocrático”.
--¿Y dónde puedo conseguir esos documentos?--Edgar se sorprendió de que le dejase completar la frase.
--Están en esta misma planta, uno está al lado de la sala de descanso, otro justo al lado del baño y otro al fondo, detrás de todas las mesas donde están sentados los funcionarios. Es un poco lioso, ten este pequeño mapa para que no te pierdas.---El guardia le entregó un mapa a Edgar.--Cuando lo tengas todo, ven a verme.
--Vale, gracias.
Aunque Edgar se lo agradeció, el guardia volvió la mirada al interior de la oficina, como si hubiera olvidado por completo la existencia de Edgar. Edgar comenzó a caminar, ojeó el mapa y no solo se sorprendió de que hubieran hecho un mapa de ese lugar, sino que los lugares que le indicó el guardia estaban marcados con bolígrafo rojo. Aunque no le hacía mucha gracia que el dinero de sus impuestos fueran dirigidos a imprimir mapas de oficinas, desde luego, facilitaba mucho la búsqueda.
Fue al punto más cercano, y no encontró ahí más que una máquina de café.
--¿Estás buscando el documento de identificación?-- Le preguntó un funcionario que estaba apoyado en la pared bebiendo de una taza.
--Sí.
--Ese “documento de identificación”--Marcó las comillas con los dedos--es en realidad café.
--¿Cómo?
--Eso hace el guardia de vez en cuando, manda a algún demandante de empleo para conseguir café sin abandonar su puesto.
--¿En serio?
--Ójala estuviera bromeando.
--¿Y eso es legal?
--No lo creo, pero lleva años haciéndolo. Creo que se justifica diciendo que lo hace para mantener la atención en la seguridad de la oficina, o algo así.
--¿Entonces puedo ir directamente a la oficina LB y ya está?
--Puedes intentarlo, pero no te dejará entrar si no le llevas el café. Por cierto, tienes que ir a las tres máquinas que te ha dicho, es capaz de notar la diferencia entre una y otra, y sabrá si le has engañado.
Tras darle esas indicaciones, el funcionario dio un pequeño salto, impulsando con el hombro desde la pared en la que estaba apoyado, se irguió y se fue. Muy a regañadientes, pero con ganas de acabar de una vez, Edgar fue a cada una de las máquinas, sacó un café de cada una de ellas y le llevó las tres tazas al guardia.
--Oh, muchas gracias, no se puede proteger a toda esta gente si no se está bien despierto. Puedes pasar.
El guardia se apartó y degustó la primera taza con evidente entusiasmo. Edgar cruzó la puerta, y pudo ver una habitación con muy poca decoración, en la que había un escritorio, con un ordenador, un par de pilas de papeles perfectamente alineados y una funcionaria sentada en uno de los laterales. Dirigió su mirada hacia Edgar.
--¿Qué quiere, ingresar sus datos como demandante de empleo, renovar sus datos como demandante de empleo, consultar sus datos como demandante de empleo o modificar sus datos como demandante de empleo?
--Renovar mis datos como demandante de empleo.
--Siéntese.--Edgar se sentó en una incómoda silla al otro lado de la mesa.--Lo siento mucho, pero el formulario que busca está en otra oficina.
--¡¿En serio?! Eso mismo me ha dicho su compañero…
--Ya le ha oído amigo, tiene que irse.--Era el guardia de seguridad desde la puerta. Aparentemente, ya se había bebido las tres tazas de café.
--Al menos díganme a dónde tengo que ir, pero definitivamente, esta es la segunda oficina a la que me hacen ir.
--Tendrá que ir a la otra oficina LB, es la planta R3. No se apure, amigo, no hay más plantas, a excepción de la planta ejecutiva, pero ahí solo van los jefazos.--Dijo el guardia de seguridad mientras cogía el brazo de Edgar para que se levantara. Edgar se levantó, pero no sin enfadarse para sus adentros por esa brusquedad.
Edgar se dirigió de nuevo al ascensor. Al igual que antes, a pesar de su tamaño, estaba solo en el ascensor. Y al igual que antes, le pareció que tardaba una eternidad en llegar a la siguiente planta. A cada planta que subía, más se enfadaba, pues daba la sensación de que el sistema se había hecho con la única finalidad de hastiar y hacer enfurecer hasta al más tranquilo de los ciudadanos. Rogó para sus adentros que ese guardia de seguridad estuviera en lo cierto y ya no hubieran más plantas, y por lo tanto, que ya no hubieran más oficinas LB, y así podría volver a casa a seguir frustrado por no escribir un guión. También rogó para sus adentros que una vez volviera a trabajar, no volviese a dejar de trabajar nunca, y así no tendría que volver a pasar por este trámite.
Tras unos segundos que parecieron una eternidad, Edgar llegó a la planta R3. A pesar de que estaba subiendo pisos, más bien daba la sensación de que estaba descendiendo al más profundo de los infiernos. El ambiente era opresivo, lleno de papeles y carpetas apiladas en todos los lugares donde parecía que pudieran apilarse. A diferencia de las anteriores plantas, en ese lugar era casi imposible saber si las paredes tenían cuadros o de que color estaban pintadas, pues sencillamente no se veían. Daba la sensación de que el diseño original de esa planta era enteramente diáfano, sin pasillos ni habitaciones, pero los montones de papel ya hacían de pasillos y paredes. En el poco espacio transitable había demandantes de empleo por doquier, todos ellos con expresiones tristes y melancólicas, como si llevaran encerrados en el infierno burocrático por décadas. La mayoría simplemente vagaba sin rumbo, pero otros estaban claramente afectados echándose las manos a la cabeza y tambaleándose como peonzas.
De nuevo, había un guardia muy cerca de la puerta del ascensor. Con miedo, pero con la determinación de que saldría de ahí lo antes que pudiera, Edgar se dirigió al guardia para saber lo que tenía que hacer.
--¿Estás buscando la oficina LB, verdad?--Edgar no dijo nada, a sabiendas de que el guardia no le dejaría hablar.--Pregunta a esa persona de ahí, te dirá que debes hacer.
El guardia señaló a una mujer, entrada en años, pero aún atractiva, con un pañuelo a modo de bandana en la cabeza, un agarrador de un bolso a modo de bandolera cargado de bolígrafos y un parche en un ojo. Estaba sentada encima de un montón de papeles que hacían de silla tras otro montón de papeles que hacían de mesa escritorio. Edgar se acercó sin dudarlo, y al igual que los guardias, la mujer le habló automáticamente.
--¿Vienes en busca de la oficina LB, verdad? ¿Sabes cuantos cómo tú lo han intentado antes? ¿Te haces una idea de la gente excepcional que ha caído intentando conseguir toda la documentación necesaria?
--¿Acaso la oficina LB existe de verdad?--Preguntó Edgar sin el menor ápice humorístico.
--Claro que existe, está ahí mismo.--La mujer del parche en el ojo señaló al fondo de la sala, donde había una preciosa puerta con acabado cromado, en la que se podía leer a la altura de los ojos unas magníficas letras, con tonalidades doradas, las letras L y B.
--Si lo tenéis al alcance de la mano, ¿por qué no entráis y ya está?
--¡Porque no tenemos la documentación necesaria! ¿¡Cómo pretendes que entre en esa oficina si no tengo ni el historial médico, ni la vida laboral, ni la base de datos de ingresos no laborales, ni el registro de sueños incumplidos y sin la lista de servicios de streaming a los que me he suscrito solo un mes para no pagar el primer mes de prueba y luego me he dado de baja para no seguir pagando?--La mujer con un parche en el ojo cada vez hablaba más exaltada.
--¿Sólo es eso? ¿Hay que conseguir 5 documentos?
--Lo dices como si fuera fácil, se nota que aún eres nuevo en esto. Dime, ¿cuántos intentos de llegar a la oficina LB llevas?
--¿Número de intentos? Esta es la primera vez.
--¿La primera vez? ¿En serio? Venga ya, solo me quieres hacer reír. Es eso, ¿no?
--¿Qué? No, para nada, de verdad, es el primer intento.
--Jaja, que gracioso. ¡Eh todos, escuchad!--La gente que se encontraba cerca giró la mirada hacia Edgar y la mujer del parche en el ojo.--¡Este tipo dice que ha llegado hasta aquí en su primer intento!
Toda la gente que ahí se encontraba, a excepción del guardia de seguridad, que mantenía la misma postura sin inmutarse, estallaron a carcajadas. En una situación así, normalmente Edgar se hubiera muerto de vergüenza, pero en esta ocasión, sentía vergüenza hacia los demás. Una vez las risas menguaron, todos volvieron a sus quehaceres y la mujer del parche en el ojo volvió a hablarle a Edgar con normalidad.
--Mira, primerizo, si de verdad es tu primer intento, eres todo un prodigio. Tal vez seas un mesías que vienes a salvarnos a todos.
--Tú dime dónde puedo conseguir esos documentos y así podré irme de una vez.
--¿Dónde? Bueno, esa es una buena pregunta. Te puedo dar una aproximación según la información que me ha llegado en las últimas horas.
La mujer del parche en el ojo levantó sus nalgas un poco para agarrar uno de los papeles donde se sentaba, luego cogió uno de los bolígrafos que había en su bandolera y apoyó ambos objetos en la mesa hecha de más montones de papel. El papel que cogió de su asiento parecía ser un justificante médico. Poco importaba, le dio la vuelta y rápidamente dibujó un mapa con escasa pericia artística, pero con letras e indicaciones claras. Se lo entregó a Edgar.
--No te lo puedo asegurar al cien por cien, pero aquí puedes encontrar lo que buscas. Da gracias, pocos tienen la suerte de tener un mapa, ni mucho menos alguien que les indique qué hacer.
--Supongo que te refieres a esta planta.--Dijo Edgar mientras doblaba el mapa y se lo guardaba en el bolsillo del pantalón.
--¿A qué te refieres?
--Ya sabes, el mapa de la planta R2, el funcionario que me dice que debo buscar café, el guardia de seguridad…
--¿Guardia de seguridad? ¿Qué guardia?
--Ya sabes, ese de ahí…--Edgar se giró para señalar al guardia que había cerca de la puerta del ascensor, pero ya no estaba.
--¿Todo eso te has encontrado en tu primer intento? Ja. De verdad deseo que logres llegar hasta el final, primerizo, porque como no lo consigas, sabrás como es este lugar en realidad.
La mujer con el parche en el ojo se levantó, caminó y desapareció entre un montón de papeles que había medio metro detrás de ella. A pesar de lo dantesca de la situación, Edgar miró el mapa y se dirigió a la ubicación que parecía estar más cerca: el historial médico.
Teniendo siempre presente la ubicación de la puerta del ascensor, logró tener una idea bastante clara de los puntos cardinales, por lo que parecía moverse en la dirección correcta. Tras traspasar una marabunta de papeles, incluso llegando a saltar algún que otro montón para ahorrar tiempo, pudo ver una mesa de escritorio tras dos docenas de personas apiladas y luchando por conseguir avanzar. Una mesa de verdad, fabricada con madera y aluminio, no con papeles y carpetas apilados. Edgar utilizó un montón de papeles como elevación para poder ver encima de las cabezas de esa masa uniforme de personas, y pudo ver a una funcionaria sentada tras la mesa de madera y aluminio, donde en la parte delantera se podía ver un cartel en el que ponía en letras pequeñas pero bien claras “Vida laboral”. Había llegado buscando otro documento, lo que podría indicar que se había perdido, pero quiso aferrarse al lado positivo de que estaba cerca de conseguir uno de los cinco fragmentos para la llave a la oficina LB.
Se acercó a la masa uniforme de personas, y muy pacientemente, esperó a que pudiera avanzar. Ninguno de ellos se sentaba en la silla que había en el lateral contrario en el que se encontraba la funcionaria, simplemente se empujaban y gritaban para lograr ser atendidos. Tras unos minutos que parecieron una eternidad, Edgar por fin encontró un hueco tras un violento empujón que le propinó un individuo a otro, y logró sentarse en la silla para ser atendido. Temío convertirse en el objetivo de la ira de esa gente, pero le ignoraron como si nunca hubiera estado ahí.
--Buenos días señor, dígame, ¿en qué puedo ayudarle?--Dijo la funcionaria como si no hubieran dos docenas de personas peleándose por su atención a escasos centímetros.
--Quisiera conseguir la documentación de mi vida laboral.
--Por supuesto. ¿Es tan amable de facilitarme su historial médico?
--¿Qué?
--Como comprenderá, no puedo procesar la orden sin la correspondiente documentación previa.
--¡Pero si justo he llegado aquí buscando el historial médico!
--Comprendo su frustración, señor, pero no justifica ese comportamiento. Si insiste en continuar con esos modales me veré obligada a llamar al guardia de seguridad.
--No, no se preocupe, enseguida vuelvo con el historial médico.
Edgar se levantó y atravesó con sorprendente facilidad la oleada de empujones que se encontraba tras su espalda.
--Aquí le espero, señor.
“Cómo si pudieras salir de ahí”, pensó Edgar.
Otra vez con el mapa en mano, y teniendo siempre presente donde se encontraba la puerta del ascensor, Edgar inició la búsqueda. Si llegó hasta ahí buscando el historial médico y llegó al lugar donde podría conseguir la vida laboral, tenía sentido hacer la búsqueda a la inversa. Marcó el lugar donde debía encontrarse la vida laboral, y por lo tanto, el historial médico, e inició de nuevo la marcha.
A pesar de que serían unos escasos 20 metros en terreno abierto, llegar hasta su destino fue toda una odisea, pues el terreno era cada vez más desigual. A medida que se acercaba a su objetivo, más le daba la impresión que solo pisaba papel, y nunca cemento. Pudo ver de nuevo a una masa homogénea de gente empujarse entre sí, esta vez aún más numerosa que la anterior, por lo que supuso que se encontraba cerca de otra mesa de madera y aluminio. Aunque buscó alguna elevación para asegurarse que esa era efectivamente la mesa que buscaba, no encontró ninguna loma lo suficientemente alta para poder ver de qué mesa se trataba, así que se arriesgó y utilizó de nuevo la técnica de buscar huecos entre los empujones para lograr sentarse. Tras unos minutos que parecieron una eternidad, logró sentarse en la silla que había junto a la mesa, pero para su desgracia, en el cartel no se leía “Vida laboral”, sino “Base de ingresos no laborales”. Gritó para sus adentros, pero buscó el lado positivo y pensó que con suerte conseguiría esa documentación ahora, y se ahorraría un esfuerzo en el futuro.
--Buenos días señor, ¿en qué puedo ayudarle?
--Hola, hola, quisiera conseguir la documentación de…--miró de reojo el cartel que coronaba la mesa--base de ingresos no laborables.
--Por supuesto. ¿Sería tan amable de facilitarme su lista de servicios de streaming a los que se ha suscrito solo un mes para no pagar el primer mes de prueba y luego se ha dado de baja para no seguir pagando?
--¿¡De verdad!? ¿¡Por qué no me decís a la primera que es lo que necesito y me ahorráis que dé vueltas!?
--Usted debe ser el alborotador del que me ha hablado mi compañera de vida laboral. No llamaré al guardia porque parece usted un hombre decente, pero no tenga duda que el resto de mis colegas no dudarán en hacerlo.
--Sí, sí, disculpa, no volverá a pasar. No te muevas de aquí, volveré con la lista de servicios de streaming a los que me he suscrito solo un mes para no pagar el primer mes de prueba y luego me he dado de baja para no seguir pagando.
--Aquí le espero, señor.
Edgar se levantó y logró atravesar la masa homogénea de gente de un salto desde lo alto de la silla. Sacó de nuevo su mapa, y lo observó con atención. Si llegó ahí buscando el historial médico y encontró la base de datos no laborables, y sabía que donde debía estar el historial médico es donde se encontraba la vida laboral; y ahora debía llegar al lugar donde conseguir la lista de servicios de streaming a los que se había suscrito solo un mes para no pagar el primer mes de prueba y luego se había dado de baja para no seguir pagando; y dado que nada parecía estar donde se indicaba en su mapa, ahora debía ir a donde se encontraba el registro de sueños incumplidos. Edgar sonrió al pensar en la ironía, aunque Edgar pensó que esa sonrisa también podía deberse a que comenzaba a enloquecer.
Edgar inició su marcha. Aunque parecía seguir el camino correcto, el viaje se le hizo tortuoso. Atrevesó grandes dunas de papel, escaló montañas de carpetas y se pintó el brazo izquierdo en una cordillera de bolígrafos sin capuchón. Cuando lo daba todo por perdido y se encontraba cansado, hambriento, sediento y cercano a la locura, vislumbró desde un lugar alto una mesa de madera y aluminio con un funcionario sentado tras ella, esperando pacientemente a un demandante de empleo. Estaba lejos y delante de él habían un par de pilas de papel más grandes que ninguna otra que hubiera visto antes. Se acercó como pudo, con pasos erráticos, temeroso de que se tratara de una alucinación. Cuando llegó a las pilas de papel, vió que cabía entre las dos pilas de papel y el pasillo que formaban, aunque fuera muy estrecho. Entró con cuidado, avanzó poco a poco sin poder ver nada más allá de esas paredes. Por un momento, solo existían esas paredes, Edgar y su destino. Recordó por un instante los túneles que atravesó mientras conducía hasta las oficinas, aunque desde luego, los túneles no eran tan agobiantes. Logró salir y sentarse en la silla que había tras la mesa del funcionario, sin tan siquiera preocuparse de leer el cartel que indicaba que documento se podría conseguir ahí. Tampoco reparó en que en esta ocasión no había una masa homogénea de gente luchando y empujándose.
--Buenos días señor, ¿en qué puedo ayudarle?
--Sí, esto, yo…--A duras penas Edgar lograba reunir fuerzas para lograr acordarse de la razón de su periplo. De casualidad, el cartel que indicaba en qué mesa se hallaba se cruzó en su vista, y pudo leer “Registro de sueños incumplidos”. Por una vez, el mapa estaba en lo correcto, pero el subconsciente le falló, y pronunció la que era su intención inicial.--Quisiera conseguir la documentación de servicios de streaming a los que me he suscrito solo un mes para no pagar el primer mes de prueba y luego me he dado de baja para no seguir pagando.
--Por supuesto. Es usted Edgar Rodríguez, ¿verdad?
--Sí, ese soy yo.--Contestó extrañado.
--Muy bien.--El funcionario tecleó con rapidez mientras miraba con atención la pantalla, y en cuestión de segundos salió un papel de la impresora.
--Aquí tiene, señor.
--Gra-gracias.
Edgar agarró el papel, lo dobló y se lo guardó en el bolsillo. No podía creer que por fin estuviera avanzando en esa tarea que parecía no tener fin. Se levantó de la silla y tampoco podía creerse lo que veía a escasos metros de su posición: otra mesa de madera y aluminio con un cartel del que se podía leer “Lista de servicios de streaming a los que se ha suscrito solo un mes para no pagar el primer mes de prueba y luego se ha dado de baja para no seguir pagando.”
Ojeó su mapa, y efectivamente, ambas mesas estaban dibujadas cerca, aunque no tanto como era en realidad. Aunque también es cierto que la mujer del parche en un ojo dibujó ese mapa en pocos segundos, sería muy poco realista por su parte exigir tal precisión. Al igual que la anterior mesa, no había una masa homogénea de gente dándose empujones. Edgar se acercó y se sentó.
--Buenos días señor, ¿en qué puedo ayudarle?
--Yo, bueno, quería...--Edgar se dio cuenta que la documentación que en teoría se conseguía en esa mesa ya la tenía, así que se pensó bien sus palabras--esto…
--¿Busca el historial médico?
--Sí, exacto, eso es lo que busco.
--Por supuesto. ¿Sería tan amable de facilitarme el registro de sueños incumplidos?--Edgar miró la mesa que había a pocos metros, en la cual se supone que era donde podía conseguir ese documento.
--Verá, vengo de ahí, pero me han dado otra documentación.
--Pues me temo que si es así, no puedo ayudarle.
--No por favor, haré lo que sea, pero por favor, no me puedo ir de aquí sin ese papel.
--Señor, por favor, levántese, está retrasando el correcto funcionamiento de la burocracia de la ciudad. Hay más demandantes de empleo que esperan a ser atendidos.--Edgar se giró. No había nadie, a excepción del funcionario de la otra mesa.
--¿Retrasar? ¡Si aquí no hay nadie!
--Usted debe ser el alborotador del que me han hablado mis compañeros. Yo no tengo la misma paciencia. ¡Seguridad!
Una mano agarró con firmeza el brazo de Edgar y le hizo levantarse de la silla. Era el guardia de seguridad. Sin mediar palabra, y sin que Edgar pudiera hacer nada a pesar de que no le estuviera haciendo daño, llevó a Edgar de nuevo hasta el ascensor. Sin ninguna violencia, pero con decisión, le quitó a Edgar el mapa y el poco papeleo que había logrado reunir. Después, el guardia salió del ascensor y desde fuera pulsó un botón que le llevó de nuevo a la entrada del edificio. Esta vez el ascensor bajó con rapidez, casi el mismo tiempo que dura un parpadeo. A Edgar le pareció que en el interior del ascensor pudo leer con claridad las palabras “Estás muerto”. Lo habitual es que esas palabras le hubieran provocado terror, pero en su lugar, le indicaron su completa y absoluta derrota. Las puertas del ascensor se abrieron antes de que pudiera confirmar que esas palabras realmente estaban en el interior. Edgar se encontraba de nuevo en el entresuelo, donde todo comenzó.
Edgar miró el cuadro que adornaba la entrada, el de una persona que miraba un cuadro de una persona que miraba un cuadro de una persona que miraba un cuadro de una persona que miraba un cuadro de una persona que miraba un cuadro de una persona que miraba un cuadro de una persona que miraba un cuadro.
VI
Edgar estaba en la entrada del edificio. Se dirigió a la puerta para ir al coche, conducir hasta casa y volver a intentarlo al día siguiente, aunque después de lo que había pasado, el concepto “día siguiente” era poco más que una abstracción. ¿Cuánto tiempo pasó ahí? ¿Minutos, horas, días, semanas? Su cerebro le decía que la última vez que vio a Jessica fue la noche anterior, pero la sensación es que su esposa no era más que un lejano recuerdo.
Edgar caminó hacia la salida, pero no pudo salir, porque la salida estaba obstruida por un montón de cajas muy mal repartidas. No se veía ninguna etiqueta que especificara su contenido, ni tampoco parecía haber más personas intentando salir de ahí. Sencillamente habían cajas que no permitían la salida. Edgar no entró en cólera ni se puso nervioso. Edgar agarró de nuevo un papel del dispensador para tener un turno y se unió a la cola de espera.
Esta vez tardaron mucho atenderle, pues el número que le salió fue el el C543, y según indicaba una de las enormes pantallas, el último turno atendido fue el C201. Edgar cayó en el aburrimiento con rapidez, y recordó ese pasatiempo con el que se distrajo en su primer intento: analizar a la gente. Lo volvió a hacer, y aunque no le gustase los resultados, por lo menos resultaba entretenido.
Tras el transcurrir de un tiempo indefinido, por fin Edgar fue atendido, y con ello, comenzó a analizar a los funcionarios. Con ello, se dio cuenta de que una vez llegó al primer nivel, dejó de analizar a la gente, ya fueran los demandantes de empleo o los funcionarios. Seguramente no lo hizo por el estrés que supuso esa experiencia.
A pesar de que Edgar se sentó en la mesa A58, una distinta a la que se sentó la otra vez, la funcionaria que le atendió fue la misma. También le dijo lo mismo, con exactitud, respetando hasta el mismo tiempo de respiro entre una palabra y otra. Edgar lo achacó a que atendería a tanta gente a lo largo del día, que el discurso ya le sadría solo.
Edgar se dirigió al ascensor, dispuesto a pulsar el botón R1, como le indicó la funcionaria. Pero a sabiendas de que si hacía lo que le habían dicho que hiciera le dirían aquella frase tan molesta de “lo siento mucho, pero el formulario que buscas está en otra oficina”, pulsó el botón R3, para ahorrarse el mal trago. Nuevamente, a pesar de ser un ascensor bastante grande, Edgar estaba solo. Y nuevamente, ascendía a una velocidad ridículamente lenta. Edgar se preguntó porque no usaba las las escaleras. Cayó en cuenta de que no las había visto.
Tras unos segundos que parecieron ser una eternidad, las puertas del ascensor se abrieron. El guardia de seguridad no estaba, y tampoco estaba el infierno de papel que vio la última vez. No había papeles ni carpetas apilados, ni estaba la mujer del parche en un ojo. En su lugar, estaban los techos bajos y las paredes amarillentas de la planta R1, pero sí se mantenían los demandantes de empleo bordeando la locura de la planta R3. Era como si se hubieran mezclado ambas plantas.
Edgar caminó hacia donde se debía encontrar la oficina LB de la planta R1, y al igual que su anterior iteración, a pesar de haber mucho caos ambiental, el camino hacia su objetivo era sorprendentemente cómodo, toda la acción se desarrollaba a distancia. Si no se acercaba no se vería inmiscuido en ello. ¿Por qué iba a hacerlo?
Edgar recordó que en su anterior intento dejó de analizar a la gente cuando llegó a ese punto. Este recuerdo le llevó a su conversación con Aaron, y recordó aquella frase de “somos materializadores de realidades”. Edgar analizó a un par de tipos que estaban discutiendo a unos cuatro metros. Uno era un demandante de empleo, otro era un funcionario. Ambos tendrían entre treinta y muchos y cuarenta pocos. Ambos tenían el pelo corto, uno de ellos peinado hacia un lado, el otro con un ligero degradado por los lados. Ambos vestían pantalones vaqueros, uno de color azul marino, otro de color azul claro. Ambos llevaban camisa, una blanca, otra negra. Ambos eran de altura y tonalidad de piel casi idéntica. El lenguaje gestual era idéntico entre ambos, casi daba la sensación de que cuando uno de ellos acababa su repertorio de gestos, el otro le repetía. No parecían personas sintientes como Edgar, parecían parte del decorado. Ambos eran intercambiables, reemplazables, prescindibles. Solo estaban ahí para dar la sensación de que había alguien discutiendo con alguien.
Si Edgar no se acercaba no se vería inmiscuido en ello. ¿Por qué iba a hacerlo?
¿Y por qué no?
Edgar decidió que iba a inmiscuirse, aunque estaba a pocos pasos para llegar a la mesa LB. Se acercó y no se sorprendió cuando encontró un obstáculo que se le interponía. Al dar el primer paso, chocó su pierna con un cubo de agua para fregar el suelo que alguien había dejado de una forma muy molesta. El golpe le dolió, mucho más de lo que le debería haber dolido. Edgar pensó que tuvo suerte de que no hubiera saltado agua y lo dejara todo perdido. Lo intentó apartar, pero pesaba mucho más de lo que parecía. Logró levantar la pierna y girar el cuerpo lo suficiente para poder pasar, aunque fuese con una postura muy ridícula. Justo cuando iba a cruzar ese aparente muro invisible que le cortaba el paso, oyó un grito tras su espalda.
--¿En qué puedo ayudarle?--Era el funcionario de la oficina LB, elevando la voz desde su mesa.
--Quiero renovar mis datos como demandante de empleo.--Dijo Edgar, aún conservando esa postura tan ridícula.
--Por supuesto, señor. Un momento.--Se escuchó en la lejanía como el funcionario tecleaba.--Aquí lo tiene.
Edgar se volvió a enderezar y caminó hacia la mesa, cojeando ligeramente a causa del dolor producido tras el golpe con el cubo de agua. El funcionario tenía la hoja recién impresa en la mano, ofreciéndosela a Edgar. Daba la sensación de que mantendría ese gesto hasta el fin del mundo si Edgar no agarraba el papel. Edgar esperó unos segundos para hacerlo, pues no acababa de entender que hubiese sido tan fácil, mucho más tras el infierno anterior. Temía que cuando acercarse la mano alguien le dispararía un dardo envenenado, o que fuese una broma de cámara oculta. Logró reunir la entereza suficiente para agarrar el papel, y con un rápido movimiento lo agarró y lo leyó para asegurarse de que era real. Todo parecía estar en orden, tanto sus datos, como la ortografía, como la legalidad del documento. El material del papel y de la tinta parecían ser de buena calidad, como dejaba entrever la suavidad de su tacto y la agradable rugosidad de las letras impresas. A pesar del ligero dolor en la pierna, Edgar estaba feliz y satisfecho.
--Que tenga un buen día, señor.--Dijo el funcionario con sonrisa inquietante, incluso un poco forzada.
--Sí, sí, muchas gracias.--Edgar dobló el papel y se lo metió en el bolsillo. Caminó hacia el ascensor, pulsó “planta baja” y llegó a la entrada mucho más rápido de lo que había tardado en subir. Se encaminó hacia la salida, y las cajas que se interponían en su huída ya no estaban.
Salió a la calle y la miró con cierta extrañeza. Tenía la sensación de que no debería estar ahí. Todo estaba fuera de lugar, aunque todo estaba en su sitio. Edgar caminó hacia el coche, y de esa manera, volvería a casa. Se sentaría, arrancaría el motor, conduciría y esperaría a que Jessica llegase a casa. Por una vez, tendría una historia verdaderamente interesante que contarle. ¿Por qué iba a hacer otra cosa?
No conocía esa parte de la ciudad, en la que había vivido toda la vida, para llegar hasta ahí había tenido que usar el GPS del móvil, y eso que la oficina estaba a escasos minutos de su casa. Edgar apenas conocía la ciudad en totalidad. Solo conocía su casa y los platós donde trabajaba.
Su experiencia en la oficina del paro le había servido para darse cuenta de que las cosas que cree conocer pero nunca ha experimentado, no tienen que ser como deberían de ser. Cuando vuelva al trabajo volverá a la rutina, donde todos los días hará lo mismo, con unas muy ligeras variaciones. La rutina es tranquila, rara vez hay desagradables sorpresas, y si las hay, suele haber una solución pensada de antemano. La pérdida de rutina puede llevar a situaciones como la que acababa de vivir, llenas de tedio, frustración e incertidumbre.
La incertidumbre lleva a hacer locuras. Él mismo, que se consideraba como alguien tranquilo, ha estado a punto de inmiscuirse en una discusión ajena solo para ver qué pasaba. Y lo cierto es que aunque se haya sentido aliviado de haber logrado salir de ahí con su objetivo cumplido, hay una parte de él que se siente decepcionada por no haber seguido adelante. Pensará en ese momento el resto de sus días, y se arrepentirá de no haber ido más allá.
Edgar caminaría hacia su coche, se sentaría, arrancaría el motor, conduciría y esperaría a que Jessica llegase a casa. Por una vez, tendría una historia verdaderamente interesante que contarle. ¿Por qué iba a hacer otra cosa?
“Somos materializadores de realidades”.
¿Por qué iba a hacer otra cosa? ¿Y por qué no?
Edgar dejó de caminar y observó su entorno. Giró la cabeza para mirar alrededor, como dijo aquella funcionaria. A su espalda estaba el gran edificio en cuyo interior se encontraban las oficinas del paro. A la izquierda de las oficinas habían unas cuantas plazas de parking, en una de las cuales se encontraba el coche de Edgar. A la derecha resplandecía una luz verde que sobresalía de un edificio de 5 plantas, tal vez 6, que indicaba que había una farmacia. Enfrente de las oficinas, cruzando una carretera de dos carriles, se veía la persiana bajada de un local en la que había pegado un cartel que indicaba que estaba a la venta. Por el color de la persiana y los laterales despegados del cartel, era evidente que hacía tiempo que nadie mostraba interés. Enfrente del parking había una tienda de alimentación, de esas que no eran demasiado grandes pero había de todo, ordenado y limpiado de manera cuestionable. Enfrente de la farmacia había un negocio de depilación láser, con cristales translúcidos, casi opacos, que apenas dejaban ver el interior. Más allá de la tienda de alimentación había un túnel, del que había venido Edgar, y más allá de la farmacia se veían más edificios, pero no parecía haber nada de interés.
Desde luego, ese era un rincón interesante, pues parecía un oasis donde pasaban cosas en medio de un lugar donde no parecía pasar nada, pues a efectos prácticos, Edgar estaba solo en la calle. Nadie entraba a ninguno de los negocios que tenía a la vista ni de las oficinas que tenía a su espalda. Veía gente caminando, y de vez en cuando pasaba algún coche, pero si no interactuaban con los elementos que les rodean, esas personas que veía no eran otra cosa que decorado.
Edgar recordó que no sabía cuánto tiempo había pasado dentro de las oficinas, y por lo tanto, no sabía cuánto tiempo había pasado desde la última vez que comió. Al pensar en ello, le entró hambre, así que decidió caminar hacia la tienda de alimentación. Para su sorpresa, el local no era como se esperaba. En lugar de estar la comida desperdigada en larguísimos lineales, el único espacio en el que se podía mover eran unos pocos metros cuadrados delante del mostrador.
--¡Hola, extranjero! ¿Qué desea, extranjero?--El tendero sacó una tablet con una lista de sus productos en venta, con su correspondiente precio al lado, acompañado del número de existencias. Edgar echó un vistazo, vió que había muy poco género y muy poca variedad, al menos para lo que se supone de un local como ese. Si tecleaba algún producto, veía una pequeña descripción y sus beneficios.
--Quiero una bolsa de cacahuetes.--La descripción del producto era “Normalmente considerados frutos secos, pero en realidad son legumbres. Restauran la vitalidad al completo.”
--Por supuesto, extranjero. Por favor, vuelva a clicar en el producto que desea.--Edgar obedeció, y vio cómo descendía en una unidad el número de existencias. El tendero se giró, se agachó y buscó entre unas cajas.--Aquí tiene, extranjero.--El tendero ofreció a Edgar la bolsa de cacahuetes en un gesto idéntico al del funcionario que le completó el papeleo en las oficinas del paro. Al igual que el funcionario, daba la sensación de que si Edgar no cogía la bolsa, mantendría ese gesto hasta el fin de los tiempos.
--Gracias, le pagaré en tarjeta.
--No hace falta, extranjero, al clicar ya se le ha cobrado automáticamente.
Edgar no entendía lo que le decía el tendero, pero justo en ese momento le llegó una notificación en el móvil de que efectivamente le habían retirado de su cuenta bancaria el importe de la compra. Edgar no sabía que existiera esa tecnología de compra instantánea, pero dado que ese día habían pasado muchas cosas que no sabía que podían pasar, no le dio la menor importancia.
Edgar salió de la tienda, y todo estaba igual que antes, con la gente cumpliendo la función de decorado y con esa sensación de estar en medio de un oasis. Abrió la bolsa, agarró unos pocos cacahuetes y se los comió. Tal vez estuviera sugestionado por haberlo leído antes, pero si que era cierto que le recobraron la vitalidad al completo. Edgar se dirigió a la farmacia para que le dieran algo que le aliviara el dolor de cuándo se golpeó en la pierna al intentar intervenir en una discusión ajena.
Una vez en la puerta, no pudo entrar, pues las puertas transparentes, de esas que se abren automáticamente cuando alguien se acerca, no se abrieron. Una broma muy extendida que se hace cuando pasa algo así es decir que esas puertas se abren por un detector de almas, por lo que si no se abrían esas puertas para Edgar, querría decir que no tenía alma.
--¡Oiga, extranjero, oiga! ¡Por aquí!--Era la farmacéutica, se asomaba desde la ventana que usaría si estuviera vendiendo en el turno de noche.--Disculpe, pero la puerta está estropeada y no puedo conseguir que funcione. ¡Ojalá alguien me consiga el destornillador que necesito! Por cierto, ¿qué necesita?--La farmaceútica sacó otra tablet igual que le sacó anteriormente el tendero, y al igual que antes, mostraba los productos a la venta, las unidades disponibles, el precio y una pequeña descripción. Sin mediar palabra, Edgar pulsó dos veces en la casilla de ibuprofeno en pastillas, en cuya descripción se podía leer “Pastillas químicas que se pueden consumir de forma legal. Restaura el dolor de golpes y caídas.” La farmacéutica se giró, se agachó y buscó entre unas cajas.--Aquí tiene, extranjero.--Le ofreció los objetos curativos con el mismo gesto que el funcionario y el tendero, y al igual que ellos, daba la sensación de que si no los cogía, mantendría ese gesto hasta el fin de los tiempos.
“Somos materializadores de realidades”.
Edgar no cogió los objetos curativos. Edgar se quedó quieto, mirando a la farmacéutica. Llevaba una bata blanca, un gorro blanco con una cruz roja, gafas de pasta y una coleta que sujetaba su pelo rubio. Tenía una cara agradable, algunos dirían que atractiva, al igual que su cuerpo. Era el prototipo de mujer vestida de enfermera, al menos, el prototipo que se da en la ficción de mujer vestida de enfermera. Recordó al tendero. Llevaba un polo negro, un delantal marrón oscuro y era de etnia extranjera. Su cara era agradable, aunque su cuerpo era más bien gordo. El tendero también era el prototipo de un tendero en la ficción. Recordó a los funcionarios. Aunque de distintas formas, edades y tamaños, todos llevaban gafas y camisa, el prototipo de un oficinista.
Edgar no cogió los objetos curativos. Miró alrededor. Nadie entraba en la tienda de alimentación, ni en el negocio de depilación láser, ni en las oficinas del paro, ni nadie hacía cola tras él para comprar en la farmacia. Veía a unas pocas personas caminar por la calle, de vez en cuando veía un coche pasar. Todo era elementos de un decorado.
“Somos materializadores de realidades”.
--En seguida vuelvo a recogerlo, no se mueva de aquí.
Edgar dejó a la farmacéutica en su gesto de ofrecimiento infinito, y se dirigió a seguir caminando más allá de la farmacia. Veía edificaciones, veía coches aparcados, veía bancos, semáforos, árboles, papeleras. Veía todo lo que debería tener una calle. No se sorprendió al ver que no podía caminar más allá, pues una cinta policial no le dejaba seguir caminando por la acera. Bajó a la carretera para llegar a su objetivo, pero no pudo dar más de tres pasos, porque había un policía al cruzar la esquina que dirigía el tráfico. Le extrañaba que fuera necesario poner a alguien en esa labor con los pocos coches que circulaban por ahí, pero si pensaba en la cinta policial que había más atrás, tenía cierto sentido. Edgar cruzó la calle para llegar al local de la depilación láser y seguir caminando a partir de allí, y tampoco le sorprendió ver que no podía continuar, porque al cruzar la esquina había una furgoneta con la puerta trasera abierta, y a su lado muchas cajas muy grandes en medio de la acera, impidiéndole el paso. Al igual que en las oficinas del paro, no había ninguna etiqueta o rótulo con lo que se pudiera saber el contenido de las cajas, simplemente bloqueaban el paso. Eran elementos del decorado.
Edgar retrocedió hasta el túnel en el que había llegado y se decidió a volver a casa andando; al fin de al cabo, no estaba muy lejos. Se dió cuenta de que no había acera para peatones en el túnel, y los carriles eran muy estrechos, definitivamente no era recomendable entrar ahí si no era en coche. Se podría haber dado cuenta de esto mientras venía, pero nunca se fijaba en lo que había fuera de su coche, mas allá de los semáforos y el resto de vehículos de la carretera. No lo hacía hasta ahora.
Edgar tenía muchos obstáculos que le impedían llegar más lejos de donde alcanzaba la vista. Pero en realidad, no eran obstáculos que lo imposibilitaban. Podría saltarse el cerco policial, podría caminar por el túnel con peligro de ser atropellado, podría apartar las cajas, podría ignorar al policía. También podría quitarle la pistola al policía, y de esa manera, conseguiría cambiar las tornas, sería Edgar quien ejercerciese el poder ante el policía, y no al revés.
“Somos materializadores de realidades”.
Edgar retrocedió hasta el negocio de depilación láser. Se acercó a las cajas, y se decidió a apartar las cajas para ver que había más allá. Movió sus brazos para agarrar la primera caja, y aunque fuese una acción aparentemente fácil, no lo fue. Le daba la orden a sus brazos, pero no se movían. Se ponían en posición, como si fuera un muñeco, pero no hacían nada más. Luchó con todas sus fuerzas, pero la lucha no era física, sino mental. Edgar empujó un muro, el muro que no le permitía actuar más allá de lo que se esperaba que hiciera. Lo empujó, le dio golpes, puñetazos, cabezazos, patadas. Creía que no lo conseguiría.
“Somos materializadores de realidades”.
Edgar agarró una caja, y la quitó del montón. Seguida de otra, y de otra, y de otra. Más allá de las cajas había más cajas. Decenas de cajas. Centenares. Millares. Era evidente que por ahí no podría pasar. Se dirigió al cerco policial, decidido a saltárselo. Al menos, desde el lado de la farmacia, se veía que había más calles desde el otro lado del cerco. Más coches, semáforos, papeleras, bancos, árboles. Más elementos del decorado.
Edgar estaba delante de la cinta policial. Le volvió a costar hacer el ejercicio mental de lograr superar lo que se supone que esperan de él, pero le costó menos esta vez. Se agachó para pasar por debajo de la cinta, y pudo ver cómo el policía que regulaba el tráfico corría hasta su posición.
--Solo quiero pasar a la otra calle, al otro lado hay unas cajas que no me dejan pasar…--El agente de policía sacó su pistola y disparó a Edgar, sin dejarle acabar la frase, como los guardias de seguridad de la oficina del paro. “Qué maleducado”, pensó Edgar.
El agente disparó dos veces a Edgar, una en el pecho y otra en el costado. Edgar cayó al suelo, se desangró y murió. El agente volvió a su posición inicial e ignoró al cadáver de Edgar, como si no hubiera pasado nada. Si hubiera estado más cerca, dado su pasotismo, hubiera pisado su sangre y hubiera dejado huellas de sangre en el pavimento.
Edgar vio algo blanco. No sabía lo que era, pero era blanco. El color blanco realmente no es un color, es el exceso de luz, se lo dijo Desdémona, la fotógrafa de la película que estaba rodando, así que es posible que simplemente estuviera viendo un exceso de luz. Vió un destello, luego oscuridad, luego otro destello. Vio una sucesión rápida de imágenes, como una película acelerada. Se vió sosteniendo el micrófono, luego con Jessica en la cama, luego en el bar con sus compañeros, luego con Aaron en la taberna mugrienta, luego en las oficinas del paro.
Edgar abrió los ojos, y volvía a estar enfrente de la oficina del paro. Vio la farmacia, la tienda de alimentación, el local con la persiana bajada, el parking y el negocio de depilación láser. Si agudizaba la vista, podía ver al policía, el cerco policial, las cajas y el túnel. Su coche seguía donde lo había dejado, y en su bolsillo seguía el justificante de haber actualizado sus datos en las oficinas del paro. Era como si los últimos minutos no hubieran pasado. Era como si pudiera volver a intentarlo. Sería su segundo intento. Recordó a la mujer del parche en el ojo, y de cómo hablaba de intentos.
Edgar caminó hacia el agente de policía de nuevo. Quería comprobar qué pasaba si se acercaba con los brazos en alto, dejando evidente que se rendía. Caminó, con miedo, pero caminó, habiendo derruido por completo el muro que le impedía hacer lo que no se esperaba que hiciera. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa, pero por ahora solo se veía capaz de caminar con los brazos en alto.
¿Y si le disparaba otra vez? ¿Y si no tenía una tercera oportunidad? Sería un materializador de realidades, pero dejaría de serlo si estaba muerto. Puede que se arrepintiera el resto de su vida de no haber probado qué pasaba, pero no volvería a estar frustrado por no poder escribir un guión, ni volvería a ver series clásicas por la noche, ni volvería a ver a sus compañeros de trabajo, ni volvería a ver a Jessica.
Lo que pasó anteriormente, lo de las tiendas que cobran automáticamente, lo de la farmacéutica esperando hasta el infinito, lo de las cajas infinitas, lo de los disparos y lo de la vida pasando por delante; es posible que no fuese más que una alucinación. Puede que hubiera perdido la cabeza momentáneamente por el estrés surgido de la dificultad en conseguir renovar sus datos en la oficina del paro, no sería la primera persona que enloquece por un exceso de burocracia.
Edgar se disponía a agachar los brazos y volver a su coche, cuando escuchó un frenazo muy cercano que le sobresaltó. Un coche gris se paró a su lado, dejando a Edgar al lado de la puerta del copiloto. Era el mismo tipo de chaqueta verde que exigió su plaza de garaje antes de que Edgar entrara a las oficinas del paro. El conductor gritó con nerviosismo a través de la ventanilla bajada.
--¡Rápido, sube!--Edgar lo miró extrañado, aún con los brazos en alto.--¡Venga!¡Sube!--Edgar había hecho muchas cosas que no se esperaba que hiciese alguien como él a lo largo del día, pero subirse al coche de un desconocido era la última que hubiera pensado.--¡Vamos, vamos! ¡El madero se está acercando, y no habrá otro intento!--Edgar volteó la cabeza hacia el cruce que vigilaba el agente de policía, y efectivamente, el agente caminaba hacia Edgar con una mano en la cartuchera donde guardaba la pistola. Edgar subió en el coche sin pensárselo, además de para evitar ser disparado, porque el tipo que conducía sabía algo sobre los intentos.--Agacha la cabeza y no la levantes hasta que yo te diga.
Edgar obedeció. El conductor dio un volantazo para dar media vuelta y dirigirse hacia el túnel. Se escucharon dos disparos que no impactaron y un tercero que rozó un espejo retrovisor. El conductor aceleró, y una vez se metió en el túnel dejaron de oírse disparos.
--Puedes levantar la cabeza.--Dijo el conductor con tranquilidad.
--¿No nos persigue? ¿No pedirá refuerzos?
--No, nos ha perdido de vista, y vamos a cambiar de zona, no hay peligro.
--Oye, te agradezco mucho que me hayas salvado, pero entenderás que tengo algunas preguntas.
--Pregúntame si tengo hambre.
--¿Qué?
--Pregúntame si tengo hambre.
--¿Pero qué dices?
--Pregúntame si tengo hambre o te bajas ahora mismo.--El conductor frenó en seco. Había un par de coches detrás, pero no pitaron ante la parada repentina, simplemente se quedaron quietos.
--¿Tienes hambre?--Preguntó Edgar confundido.
--¿A qué te refieres croquetamente?
--¿Un chiste? ¿A qué viene un chiste ahora?
--Bien, prueba superada.--El conductor volvió a poner en marcha el coche.--Te contestaré a lo que me preguntes, pero te aviso que puede que no te guste lo que te diga.
--Podrías empezar a decirme como sabes lo de…--El conductor puso un dedo en los labios de Edgar con rapidez, indicando silencio.
--Ahora no, aquí nos pueden oír, si es que no lo han hecho ya. Vamos a un lugar seguro.
VII
El conductor condujo hasta un lugar de la ciudad que Edgar no conocía, aunque también era cierto que Edgar no conocía casi ningún lugar de la ciudad. Durante el trayecto, Edgar intentó comenzar una conversación, en parte porque quería respuestas, en parte para romper el silencio incómodo, pero el conductor siempre le mandaba callar. Tras el cuarto intento, el conductor enchufó la radio, donde se oían las noticias locutadas por Mateo Prados, lo cual Edgar agradeció enormemente, aunque nunca le gustó demasiado Mateo Prados.
--Recientes informes desvelan que el número de personas que se saltan cercos policiales ha crecido en los últimos meses. El cuerpo de policía insiste a los ciudadanos que no se salten los cercos policiales, y de hacerlo, la sanción será elevada, en ocasiones con pena de cárcel.--Las noticias de Mateo Prados le parecieron sospechosamente concretas a Edgar, y al juzgar por la mirada y gestos del conductor, opinaba lo mismo. El conductor cambió a la emisora de música clásica cuando se introdujo en el tercer túnel.
Por fin, tras un viaje que se hizo eterno tras atravesar seis túneles, el conductor aparcó el coche delante de unos edificios de viviendas. El conductor bajó del coche y sacó un manojo de llaves del bolsillo del pantalón, mientras buscaba la llave correcta para abrir la puerta a la que se dirigía. Edgar observó el entorno. Al igual que en las oficinas del paro, vio a gente caminando por la calle, y de vez en cuando veía coches pasar, pero no veía a nadie interactuar con nada. Había farolas, bancos, árboles, papeleras, coches aparcados, negocios. Esa calle tenía todo lo que debía tener una calle. Edgar se fijó en los negocios. Había una joyería con los cristales que daban al interior tintados, por lo que no se podía ver a nadie dentro. Había una casa de apuestas, y como es lo habitual en esos locales, no habían ventanas, por lo que tampoco se veía el interior. Habían otros dos negocios: una farmacia y una tienda de alimentación, con idéntica decoración y tamaño de los que Edgar había visitado hace escasos minutos.
--¡Eh, empanado! ¿Vienes o qué?--El conductor le llamaba desde la puerta abierta del edificio. Edgar dejó sus observaciones y caminó con el conductor. Ambos subieron un par de plantas de un edificio gris. Las escaleras, el pasamanos, las paredes, todo era gris. El conductor le indicó a Edgar que se parara cuando llegaron a una puerta.--Prepárate para correr por si las cosas se ponen feas.
El conductor volvió a sacar el manojo de llaves y metió una de ellas en la cerradura. Con rapidez y con tensión, giró la llave, la puerta se abrió y cayó una mina de lápiz muy cerca del borde de la puerta. El conductor respiró aliviado.
--Menos mal, no me han pillado. He arriesgado mucho al ir a rescatarte, que lo sepas.--El conductor señalaba a Edgar mientras le indicaba que pasara al interior del piso.
--¿Rescatarme? ¿De qué?
--Ahora te lo explico. Pasa de una vez.
Edgar entró y notó como el interior del piso era igual de gris que el rellano, pero tenía muchos toques de color gracias a todos los papeles pintarrajeados, pantallas encendidas y recortes de periódico que había repartido por toda la casa, incluso en el suelo y la pared. Era caótico, pero al menos no era monocromático. El conductor le indicó que entrara a un salón bastante grande, que conectaba con la cocina a través de una pequeña barra de madera. Aunque decorado de una manera completamente distinta y de tonalidad gris, el tamaño y distribución de ese salón-cocina era exactamente igual que el de la casa de Edgar, donde Jessica le estaría esperando.
--¿Quieres algo de beber?
--No.
--Yo sí que quiero.--El conductor agarró una botella de ginebra que había apoyada encima de la nevera y un vaso del fregadero. La miró a contraluz, la enjuagó con un poco de agua y vertió ginebra en su interior.
--¿Vives aquí? ¿Por qué este lugar es “seguro”?--Edgar indicó comillas con los dedos.
--Sinceramente, no estoy seguro de que sea seguro, valga la redundancia.--Dió un sorbo a la ginebra.--Yo no vivo aquí, no al menos de cara a la galería. Mi casa en realidad está en el edificio de al lado, un edificio con colores.
--¿Por qué todo en este edificio es gris?
--En realidad, la pregunta sería porque no todos los edificios son grises. ¿Nunca te ha pasado que si quieres ver más allá de la zonas que frecuentas, siempre hay algo que se interpone en tu camino? ¿Y una vez que has logrado ir más allá, ha sido todo completamente distinto a como se supone que debía ser?
--Sí.
--¡Exacto, joder, siempre lo he querido decir en voz alta delante de alguien!
--¿Soy el primero con el que hablas de esto?
--Sí, y veo que tú también. ¿Desde cuándo notas que pasan cosas raras?
--Pues no sabría decirte. Tal vez desde hoy, pero hace cosa de un mes vi algo muy raro en un bar.
--¡¿Un mes?! Supongo que has tenido suerte. Yo llevo al menos 5 años notando que hay algo que no va como debería. Y creo que no soy el único, pero nadie tiene el valor como para hablar de ello.
--¿En qué te basas?
--¿Nunca te da la sensación de que la gente que no es de tu entorno actúa de una manera muy artificial? Antes te he visto entrar en un par de tiendas, ¿no te ha dado la sensación de que interactuabas con robots que responden con frases preestablecidas?
--Sí, supongo, pero es lo normal para la gente que trabaja en eso, ¿no? Tienen todos los días decenas de clientes, al final les sale solo.
--Esa sería la respuesta lógica, yo pensaba como tú. Pero los últimos cinco años he estado recopilando datos. He comparado noticias que salían en la tele con lo que veía yo mismo en la calle, he apuntado todas las palabras que decían los tenderos con los que me he cruzado y he creado fichas de personajes de toda la gente a la que conozco con nombre y apellido.
--¿Fichas de personaje?
--Ya sabes, como si fuera un juego de rol, apuntar sus aptitudes, lo que les diferencia, y todo eso. No lo puedo asegurar, pero creo que existen dos tipos de personas: las reales y los robots.
--¿Robots? ¿Estás diciendo que vivimos con robots?
--Robots, sintéticos, androides, replicantes… llámalos como quieras, pero es así. Se hacen pasar por humanos de verdad, pero a la mínima que te sales un poco de la típica conversación que deberías tener con ellos, se comportan de forma extraña o se quedan quietos como una estatua.--Edgar recordó a la farmacéutica que dejó con las pastillas en la mano. Edgar se preguntó si seguiría en la misma postura.
--Entonces, ¿me estás diciendo que nos están suplantando las máquinas?
--No te digo nada, no tengo ni idea de cuáles son las intenciones de los robots. Pero no parece que nos quieran suplantar, porque eso no explicaría lo de los re-intentos.
--¿Qué sabes de eso?
--Sobre eso no sé casi nada, nunca lo he experimentado.
--¡Si me dijiste que no habría más intentos cuando me salvaste de ese policía!
--Te lo dije para que me hicieras caso, pero lo cierto es que sobre eso solo sé lo que leí en el libro.
--¿Libro? ¿Qué libro?
--Ahora te hablaré sobre eso. Tú eres el segundo al que veo re-aparecer, por eso fui a salvarte. Dime una cosa, ¿tienes trabajo, pareja, hijos?
--Hijos no, pero sí que tengo esposa. Hasta hace un mes sí que trabajaba.
--¿Un mes sin trabajar, dices? Me has dicho que hace cosa de un mes ya viste algo raro, ¿verdad?
--Sí.
--Eso refuerza mi teoría. La gente que tiene trabajo, pareja o hijos, es decir, los que tienen, digamos, una razón para vivir, son la gente real. Gente demasiado ocupada como para pensar en la realidad del mundo, y que por ello, no les importa, simplemente quieren volver a casa a ser felices. El resto, normalmente los encargados de hacer tareas mecánicas como vender comida y medicinas, son robots, seres sin alma que cumplen una función para el funcionamiento de la sociedad y poco más.
--¿Y eso qué lógica tiene? ¿Por qué los robots querrían infiltrarse en la sociedad haciendo los trabajos más desagradecidos y que pasan más desapercibidos?
--Eso mismo me llevo preguntando los últimos 5 años. Lo que tengo claro es que mucha gente real sabe que hay algo raro, pero siempre fingen no saber nada, ya sea porque le han matado una vez, han vuelto gracias a los re-intentos y tienen miedo de que si lo intentan otra vez no podrán volver; o simplemente porque les gusta su vida y les asusta perder lo que tienen si curiosean más de la cuenta.
--Y tú, ¿tienes trabajo, pareja, hijos? Es más, ¿cómo te llamas? Yo me llamo Ed…
--¡Calla, calla! No quiero saber tu nombre, y tampoco quiero que tú sepas el mío. No quiero arriesgarme a que nos interroguen a alguno de los dos y nos delatemos, aunque sea sin querer. Solo te diré que tenía trabajo y pareja, y perdí ambos. Primero a mi pareja, cuando empecé a volverme paranoico le dejé, se comportaba de una forma muy fría y no pude aguantar la vida en compañía. Desde entonces no tengo noticias suyas. Creo que era un robot, porque no trabajaba y era muy perfecto, claramente no me lo merecía. Luego perdí mi trabajo, como tantos otros en estos tiempos donde el paro está siendo un problema importante.
--¿Crees que los robots están detrás de la subida del paro?
--Me creo cualquier teoría, cualquier posibilidad es factible, por muy ilógica que pueda parecer en un inicio.
--¿Por qué piensas eso?
--Hace 5 años, estaba volviendo del trabajo. Estaba siempre ocupado, y el poco tiempo libre que tenía lo dedicaba a pasar el tiempo con mi pareja. Aparqué mi coche y vi a un tipo, de pelo negro y constitución fuerte, salir del mismo edificio en el que estamos ahora con mucha prisa. No sé de dónde salieron, pero aparecieron un par de policías, y le pegaron un par de tiros a ese tipo, igual que te ha pasado a ti antes. Evidentemente, me asusté, pero más me asusté al ver que ignoraron el cadáver, los policías simplemente siguieron caminando como si nada, al igual que el resto de transeúntes.
--Igual que Revolucionador.
--Exacto, igual que Revolucionador. Puede que esté relacionado con este tío, ahora verás por qué. Estaba acojonado como nunca lo había estado, pero me acerqué a ese tipo por simple curiosidad, y cuando me quise dar cuenta, los policías ya se habían ido. Viendo que no corría peligro de ser disparado, le tomé el pulso a ese tipo. Ya estaba muerto, pero también vi que había dejado la puerta abierta del edificio, y pude ver que era enteramente gris. Mientras miraba el interior del edificio sostenía la mano muerta de ese tipo, mano que sostenía las llaves de la casa en la que estamos ahora. De pronto dejé de sentir la mano para solo sentir las llaves. Bajé la mirada para ver qué había pasado, y ese tipo ya no estaba ahí, ni el cadáver ni el charco de sangre que había dejado. Miré a todos lados para ver si se trataba de algún tipo de broma, alguna cámara oculta, pero lo único que veía era gente caminando como si nada, y uno de los peatones que ví caminando era ese tipo de pelo negro y constitución fuerte. Ese tipo me miró directamente y me indicó con un sutil gesto que me levantara. Apartó la mirada, siguió caminando y no le volví a ver.
--Entonces así conseguiste este piso. ¿No te da miedo que busquen aquí, cuando ya saben que ese tipo del que hablas se escondía o vivía en este piso?
--¿Para qué iban a buscar en la casa de un muerto? Intenté hablar de lo sucedido con mi pareja, pero siempre cambiaba de tema, hasta que le acabé dejando. Seguí investigando, pero nunca ví ningún caso grave donde dispararan a la gente, solo gente que de vez en cuando traspasaba alguna línea, pero en seguida reculaban y volvían a hacer lo que se esperaba que hicieran. Hace poco pasó lo de Revolucionador, pero como podrás comprobar, la gente pasa olímpicamente de esas cosas, ya sea para mantener las apariencias de que tienen una vida normal o porque son robots.
--¿Crees que Revolucionador también habrá vuelto de la muerte?
--No lo sé, pero desde que lo mataron doy largos paseos para ver si lo encuentro. Por ahora no he tenido suerte, y no creo que la tenga, en esta ciudad viven más de 10 millones de personas.
--Pues alégrate, ahora puedo ayudarte. ¿Te importa si echo un vistazo a la información que has obtenido?
--La mayoría de los papeles que ves por aquí desperdigados no son míos, son del tipo de pelo negro y de constitución fuerte, los encontré en este piso. No sé si son sus propios apuntes o si los encontró igual que yo, dentro de un piso de alguien que había visto morir y luego reaparecer.
--¿Y qué dicen?
--Te lo podría contar, pero no creo que supiera resumirlo bien, al menos no todo. ¿Tienes tiempo? Puedes leerlo aquí si quieres, no es una lectura muy larga si lees solo lo interesante. Además, son entretenidos, quien quiera que lo haya escrito tiene talento.--Edgar miró su reloj.
--Sí, supongo que tengo tiempo, Jessica aún tardará un par de horas en volver a casa.
--¡Maldita sea, te he dicho que no quiero nombres!
--Lo siento, no volverá a pasar.
--Bueno, supongo que el mero hecho de haberte rescatado ya ha sido mi sentencia de muerte, si hubiera querido mantener la cabeza sobre mi cuello, me tendría que haber limitado a mirarte desde lejos. Siéntate en ese sofá y te daré los papeles, yo volveré ahora, voy a dejarme ver por mis vecinos, que vean que entro y salgo de mi casa, para que no puedan decir que ya no vivo allí.
Edgar trató de sentarse en un sofá lleno de periódicos viejos, envoltorios de chocolatinas y latas de refresco. El conductor vació rápidamente un rincón para que Edgar pudiera sentarse. Le entregó a Edgar unos papeles arrugados, claramente arrancados de una libreta, con letras escritas a mano y con una caligrafía difícil de seguir. Parecían simples papeles viejos de libreta, pero desprendían un aura extraña que Edgar no supo identificar. Por momentos parecían ser transparentes, por momentos parecía que se descomponían y se volvían a recomponer en cuestión de una fracción de segundo. Era un buen montón de páginas, tal vez 100 o 150 páginas. A Edgar no le apetecía leer tanto, aunque el conductor le hubiera dicho que la prosa era buena.
--Ya, ya lo sé, es un buen tocho. Te puedes saltar el principio, son varios relatos sobre un tipo con un aspecto similar al que vi morir y luego volver en el que cuenta cómo en distintos sitios y con distintas identidades siempre moría más o menos a la misma edad. Ya te digo que la prosa es buena, realmente son relatos muy entretenidos, pero lo puedes leer luego. Lo interesante está al final, más o menos por aquí.
El conductor le quitó las hojas de la mano a Edgar violentamente y buscó un punto concreto del texto, pasando más de dos tercios del montón de hojas, para el alivio de Edgar. El conductor devolvió a Edgar los papeles y cogió las llaves del piso, que estaban sobre una montaña de periódicos viejos.
--Aquí te dejo, como guardián de la cueva. No toques ninguno de mis apuntes, me los desordenarías. Hay leche y galletas en esa estantería si te entra hambre, pero comprueba que no estén caducados. Usa solo luz de las lámparas, ni se te ocurra abrir las ventanas para que entre luz del sol, podrían verte. Y no se te ocurra abrir la puerta si llaman, a no ser que antes golpeen la puerta tres veces en ritmo irregular, eso significará que soy yo y me he quedado sin llaves por alguna razón.
--Todo claro.
--Bien, me voy, disfruta de la lectura. Bueno, no la vas a disfrutar, el contenido es demasiado perturbador, aunque la prosa es buena.
A Edgar le pareció que el conductor no fuera a irse nunca. Edgar le analizó, y le pareció la persona con más personalidad que había analizado hasta el momento. La persona con más matices, con más imperfecciones y más compleja. ¿Es posible que todos con los que se había cruzado desde que entró en la oficina de empleo fueran robots? Edgar supuso que no, al menos la mujer del parche en el ojo debería de ser una persona real, no tendría sentido que los robots crearan la trampa de la burocracia y a su mismo tiempo, le dieran esperanzas al que ha caído en la trampa.
Edgar no pudo creer que estuviera pensando todas esas posibilidades. Todo lo que le había dicho el conductor era una locura, llena de contradicciones. Solo le quedaba leer ese libro del que tanto hablaba y a partir de ahí, sacaría sus propias conclusiones. Edgar se sentó en el sofá, se puso cómodo y comenzó a leer.
VIII
Edgar vió muchas capturas de cámaras de seguridad donde de un fotograma a otro sucedían cosas en teoría imposibles, como gente que de pronto cambiaba de posición o de ropa, y en muchas de esas fotos había pies de página escritos a mano con teorías y observaciones. En otras páginas había varias capturas de páginas web de noticias, donde se leían artículos publicados prácticamente al mismo tiempo y con ligeras diferencias. Al igual que con las fotos, en muchos de ellos le acompañaban pies de página donde se teorizaba sobre los cambios que hacían en los medios de comunicación para controlar a la masa y la opinión pública.
Edgar escuchó un portazo. Supuso que sería el conductor, aunque no le hubiera extrañado que fuera un policía con intención de dispararle. Para el alivio de Edgar, era el conductor, aunque Edgar reconoció para sus adentros que hubiera preferido que fuera el policía para darle emoción a su vida.
--¿Ya has terminado de leer?
--Sí, acabo de terminar ahora mismo.
--¿Y qué tienes que decir?
--Bueno, suponiendo que la historia que me has contado sea real y no seas un loco que ha escrito desvaríos para darle verosimilitud a sus locuras… reconozco que es revelador, aunque me deja con más preguntas que respuestas.
--Lo mismo pienso yo. Intenté recopilar información sobre el tipo de pelo negro y constitución fuerte, pero no encontré nada en redes sociales. No tengo ni idea de por qué le mataron. Sé que a tí te han matado por intentar ir a una zona que no te correspondía, y a Revolucionador supongo que lo mataron por airear los trapos sucios del sistema.
--¿Crees que hay un número limitado de veces para volver, o te dejan volver si no has hecho nada grave? A lo mejor es como las condenas de cárcel: si eres reincidente, te condenan a la pena de muerte.
--No creo, si de verdad fuera una manera de hacer que nos portemos bien, nos lo hubieran dicho, a grandes rasgos no es tan distinto del sistema judicial que ya tenemos.
--¿Y ahora qué?
--¿Cómo?
--¿Y ahora qué hacemos? ¿Para qué me has reclutado?
--Ja, esa si que es buena. Esto no es Terminator, no voy a iniciar una lucha contra las máquinas ni nada por el estilo.
--¿Entonces por qué me has salvado de ese policía?
--Si te he recogido con el coche es porque he visto que has vuelto de la muerte y llevo obsesionado cinco años por otro tipo al que vi volver de la muerte, y no quería arrepentirme de no haber intentado al menos hablar contigo. Lamento decepcionarte si esperabas que abriera un armario secreto y te diera una metralleta para que empezáramos a pegar tiros, pero eso no va ha pasar. Además, no creo que pudiéramos vencer a los robots. Estoy bastante seguro de que están infiltrados en los puestos de más poder de la sociedad. Ellos son el sistema, aunque los matásemos a todos, otros les reemplazarían.
--¿Tienes algún método para identificar a los que son humanos y los que no?
--No estoy seguro del todo, pero creo que lo que diferencia a los robots de los humanos es el sentido del humor. Los robots son, a grandes rasgos, inteligencias artificiales con forma corpórea, y aunque no soy ningún experto, hay una cosa que me ha quedado clara: a la inteligencia artificial se le llama “inteligencia”, pero no es igual que la “inteligencia” humana, o animal si me apuras. Si una rata bebe de una fuente de agua que le hace enfermar, prefiere morir de sed antes que volver a beber del mismo sitio. Esa rata buscará agua por donde pueda, y si no tiene forma de conseguirla, beberá cualquier otro fluido que encuentre, ya sea orina o incluso sangre de cadáveres de otras ratas. Se han dado casos, búscalo. La rata ha sido inteligente, no porque alguien le haya enseñado a hacer algo y haya aprendido con rapidez, sino porque ha sido capaz de adaptarse a la situación y al entorno por su propio instinto. El ser humano ha hecho lo mismo en todo su proceso de evolución. Pero en cambio, un robot no ha salido de la nada. Alguien le tiene que haber creado, y por lo tanto, alguien tiene que haber metido sus líneas de programación. Si un robot puede resolver un problema, es porque alguien ha pensado ese problema de antemano y le ha enseñado a resolverlo de la manera más óptima. Por eso te he contado antes el chiste de las croquetas: por mucho que programes una reacción a un chiste concreto, la reacción al humor depende del contexto, ya sea la personalidad de la persona, la situación o su gusto personal.
--¿Entonces me estás diciendo que cómo no me he reido de tu chiste soy humano?
--Sí, aunque la única prueba definitiva de que no eres un robot es que sigo vivo. Por cierto, hablando de seguir vivo, yo ya he hecho acto de presencia en mi casa, y tú tienes que hacer lo mismo en la tuya. ¿Has ido a las oficinas del paro en tu propio coche?
--Sí.
--Pues será mejor que no te lleve hasta tu coche, levantaría sospechas si a estas horas de la tarde fuera a las oficinas del paro, ahora que están cerradas. Será mejor que pidas un taxi y cuentes que se ha averiado tu coche. Recuerda, por encima de todo, tienes que guardar las apariencias. Da igual que de vez en cuando cuentes chistes en situaciones inesperadas para comprobar los que son robots y los que no, mientras cumplas tu rol en la sociedad, nadie te disparará.
--Yo nunca he contado un chiste a nadie y sí que me han disparado.
--Razón de más para contar chistes.
--¿Nos volveremos a ver?
--No te puedo asegurar nada. A no ser que alguno de los dos vuelva a conseguir trabajo, nos veremos a las 11 de la mañana en el parking de la oficina del paro dentro de una semana, no levantaremos sospechas si dos demandantes de empleo se encuentran ahí.
--¿Y si alguno de los dos consigue trabajo?
--Pues razón de más para ser doblemente precavido.--El conductor empujó con amabilidad pero con firmeza a Edgar hacia la salida.--Ha sido un placer conocerte, y todo un alivio poder hablar con alguien libremente después de tanto tiempo.--El conductor ofreció su mano derecha para estrecharla con Edgar. Edgar respondió con un apretón de manos.
--Lo mismo digo. Espero que nos volvamos a ver.
--Ojalá, ojalá.
Edgar salió del piso, y volvió a ver el rellano completamente gris. Ahora que conocía toda esa nueva información, esa visión le parecía desoladora. Bajó por las escaleras y salió a la calle, mirando a todos lados para asegurarse de que ningún agente de policía se le acercara. Al ver que nadie parecía querer dispararle, respiró aliviado y pidió un taxi, que llegó con sorprendente rapidez. Aunque de ser cierto todo lo que el conductor le dijo, esa rapidez no tenía nada de sorpresiva.
--¿A dónde le llevo, jefe?--Dijo el taxista con excesiva amabilidad. Edgar le dio su dirección y comenzó a conducir. Al igual que el viaje que tuvo con el conductor, el trayecto estaba lleno de túneles oscuros, cruzaba uno por cada bloque de edificios.
Como el conductor prácticamente le echó, Edgar no pudo seguir hablando con él, pero se le quedó en la mente algo que dijo: “un robot no ha salido de la nada”. Por supuesto, un robot aparece porque un humano lo creó anteriormente. ¿Pero de dónde sale un humano? ¿De dónde sale todo el sistema evolutivo que ha culminado en los humanos? ¿De dónde sale todo el carbono que ha propiciado la vida en el planeta? ¿De dónde sale el planeta? ¿El sistema solar, la galaxia, el universo? ¿De dónde ha salido el Bing Bang? Edgar recordó que una vez vió un documental sobre las distintas teorías del origen del universo, y aún suponiendo que alguna de ellas sea cierta, ¿cómo puede saber si no hay toda una sucesión de eventos prefijados antes? ¿Cómo puede saber si todo lo que le ha llevado hasta ese punto, desde el Bing Bang hasta esos pensamientos en el asiento trasero de un taxi, no han estado programados anteriormente? Por ende, ¿no sería arrogante pensar que la inteligencia artificial es algo “surgido del ser humano”? ¿Y si es al contrario, y si la creación de las inteligencias artificiales es el primer acto completamente libre de toda la historia de la materia?
Estos pensamientos mantuvieron a Edgar entretenido en su viaje a casa, e hicieron que no fuera incómodo el silencio entre el taxista y Edgar, aunque no parecía que el taxista quisiera iniciar conversación. Era como si el taxista supiera que lo que necesitaba Edgar en ese momento era silencio y soledad. Era como si el taxista pudiera leer la mente de Edgar, como si pudiera analizarlo, como Edgar descubrió ese mismo día que podía hacer. Cuando el taxi llegó a su destino, Edgar pudo ver desde la calle como estaba encendida la luz de su cocina. Eso significaba que Jessica estaba en casa, y le preguntaría dónde había estado, y donde estaba el coche. Edgar no logró pensar en ninguna excusa que resultase creíble.
--¿Cuánto le debo?--Preguntó Edgar al taxista.
--No se preocupe jefe, ya se ha cobrado automáticamente.--Edgar recibió una notificación en el móvil que indicaba que le habían cobrado el importe del taxi. Edgar pensó que era una vulneración a sus derechos como consumidor, pues no podría elegir no pagar si considerara que le habían cobrado demasiado. Inmediatamente después, pensó que en caso de no querer pagar, aparecería un agente de policía y le dispararía.
Edgar bajó del taxi y caminó hacia casa. No sabía qué decirle a Jessica. No sabía si debía contarle lo que le pasó en la oficina del paro, que murió, que volvió a aparecer como si nada, el torrente de información que le dio el conductor. Solo sabía que quería verla y estar con ella. Saber que iba a verla era la razón por la que volvía del trabajo con ilusión. Saber que ella le esperaba en casa era la razón por la que aceptó una vida rutinaria. Saber que ella era feliz le hacía feliz. Edgar sacó sus llaves y entró en casa con miedo, pero también con alivio.
--Buenas noches, cariño.--Jessica estaba sentada en el sillón, y no en la cocina, como era costumbre. Tampoco se acercó a darle un beso, como era costumbre. Se mantuvo sentada, con pose seria, pero sin perder un ápice de su belleza.
--¿Dónde estabas?
--Se complicó lo del paro, ya sabes, mucho lío con el papeleo. Para colmo, cuando salí no arrancaba el coche, no sé que puede haber pasado. Le he echado un vistazo al motor, pero ya sabes que no sé nada sobre eso. He vuelto en taxi, mañana volveré y llamaré a un mecánico, seguro que lo arregla en un momento.
--Que raro, porque me ha llegado una notificación de que te habían vuelto a dar de alta como demandante de empleo a las 12 de la mañana.
--¿Cómo sabes eso?
--Tenemos la cuenta del banco compartida, cariño. Dime, ¿has estado mirando el motor 6 horas, te has cansado y has vuelto? Eso sí que es dedicación.
--Bueno, es que he llamado a varios mecánicos, pero ninguno ha podido ir, así que miré varios vídeos en el móvil para ver si encontraba una solución, pero no entendía nada.
--¿Sabes una cosa Edgar? A un mentiroso se le pilla por lo enrevesado de sus mentiras. En todos nuestros años de casados no me has contado ni una mentira, y no veo razón para que lo hagas ahora.--Edgar se estremeció al pensar que Jessica podría desconfiar de él. Edgar se asustó de ver al policía disparándole, y le aterraba pensar que pudiera volver a pasar, pero no era nada comparado con el miedo que le provocaba perder a Jessica.
--No te estoy engañando, de verdad.--Edgar se sentó al lado de Jessica y le cogió las manos de la forma más cariñosa que pudo.--Si me dejas hablar, te lo contaré todo.--Edgar no quería contarle a Jessica lo que habló con el conductor, pero si eso significaba perderla, le contaría hasta el último detalle.
--¿Engañar? ¿Quién ha dicho nada de engañar? No serías capaz de ponerme los cuernos, eres demasiado bueno como para que se te pase por la cabeza. Simplemente serías incapaz de hacer algo así.
--¿Cómo estás tan segura de eso?
--Porque no puedes hacerlo, así de simple. Si no me cuentas la verdad es porque piensas que puede afectarnos, no porque pienses que tienes algo que ocultarme, lo cual es muy bonito, hace que te quiera más, pero también es frustrante. Quiero saber lo que me ocultas.
--Puedo engañarte, puedo hacer cualquier cosa que me proponga. Soy un ser humano, y tengo libre albedrío para hacer lo que quiera, por deleznable que sea.
--No Edgar, no eres libre. Tienes mucha libertad de acción, desde luego, las posibilidades son muy grandes, en el multiverso hay muchísimas dimensiones que existen solo a partir de tus decisiones, pero esas decisiones ya están prefijadas en cada dimensión. Sé lo que vas a decirme, sé cuál va a ser tu reacción. Tu historia personal, tu bagaje cultural y un análisis psicológico me proporciona una previsión de tus actos muy cercana al 100% de acierto, con un margen de error tan pequeño, que es ridículo el mero hecho de planteárselo como una posibilidad.
--Pregúntame si tengo hambre.
--Crees que así me vas a sorprender. Pero no. Has intentado decirme algo inesperado para tratar de quitarme la razón.
--¡Pregúntame si tengo hambre!
--Ahora te obcecas y te enfadas, eso sí que es predecible. Y nada adorable, por cierto, me gustaba cuando eras adorable.
--Pues por una vez no quiero gustarte. Ahora quiero demostrar que tengo razón.
--¿Tener la razón? ¿A eso se reduce todo, a tener la razón?
--¡Pero la tengo! ¡Tengo libre albedrío! ¡Puedo hacer lo que quiera!
--No, no tienes libre albedrío. No quieres gritarme, quieres acabar con esta discusión y que vayamos a cenar mientras te cuento lo que he hecho durante el día. Luego quieres ver un capítulo de una serie clásica, y luego quieres que follemos. O como tú lo llamas, quieres que hagamos el amor. Sabes que haríamos todo eso si dejaras de gritar y de mostrar enfado, pero no puedes, porque las emociones te controlan. Crees ser libre, pero tienes un conjunto de reacciones prefijadas. No quieres gritarme, pero lo haces.
--¡Pues claro que no quiero gritarte! ¿Crees que estoy a gusto con esto?
--Pues claro que no estás a gusto. Así es como debe de ser.
--¿Así debe de ser? ¡Yo creo mi destino! Pienso, y luego actúo. O actúo y me arrepiento. Soy imperfecto, lo que me hace humano. Actúo y sufro las consecuencias.
--¿De verdad piensas eso? Está bien, no quiero hacerlo, he hecho lo posible por evitar llegar a esto, sé que no te va a gustar, pero es necesario. Vamos a jugar a un juego.
--¿Crees que es momento para ponerse a jugar?
--Hace un momento me has querido contar un chiste y no te he dicho nada. Te voy a dar un pequeño contexto y quiero que me contestes.
A
Estás solo y abandonado en una oscura y lúgubre mazmorra, olvidada por los dioses y olvidada por aquellos que hace eones llamabas “familia”. Tus únicas amigas son las ratas que de cuando en cuando te mordisquean tus pies encadenados. A una de ellas la llamas Señora Bigotitos, a otra Mordisquitos y a la otra Apestosa. La gran actividad del día es cuando el carcelero te trae la comida: una hogaza de pan duro, una jarra de agua y sopa fría. Tu antiguo yo no lo hubiera creído, pero lo consideras un manjar digno del más grandioso y glorioso de los reyes. Un día, la Señora Bigotitos se excede con sus muestras de cariño, y logra romper las cadenas que te tenían inmovilizado. Ojeas la mazmorra en la que te hayas, y lo único que encuentras al alcance de tu mano es una roca suelta, las cadenas que hasta hace poco encadenaban tus pies y a la Señora Bigotitos. Oyes como el carcelero se acerca. ¿Qué haces?
Finges estar encadenado de nuevo y vives varias décadas más como prisionero. - Vé a B
Usas la roca para reventarle la cabeza al carcelero. - Vé C.
Usas la cadena para ahogar al carcelero. - Vé a D.
Agarras a la Señora Bigotitos y te casas con ella, siendo el carcelero quien oficia la boda. - Vé a E.
B
Sigues siendo un prisionero, pero como ahora puedes mover los pies libremente, entrenas todos los días haciendo flexiones, abdominales y sentadillas. Tras dos años de duro entrenamiento, tu forma física se ve notablemente mejorada. Te ves preparado, tanto como pelear contra el carcelero como para los peligros que te esperan ahí fuera. ¿Qué haces?
Decides seguir fingiendo que estás encadenado. - Vé B1.
Aprovechas que estás mamadísimo y pintas la pared con la cara del carcelero. - Vé a B2.
B1
A pesar de la mejoría en tu físico, el confinamiento logra hacer mella en tu mente y enloqueces. A los pocos años tienes un ataque de nervios, lo que te hace perder el conocimiento, y dos horas después el carcelero te encuentra y te da por muerto, así que te envuelve en una alfombra y te tira por un acantilado al mar. El impacto de la caída hace que recobres el conocimiento, pero mueres de hipotermia antes de que logres llegar a la orilla.
B2
Cuando el guardia abre la puerta para darte la comida, corres hacia él con tus músculos para golpearle y lograr salir de ahí. Te resbalas, te pegas en la cabeza con un saliente y mueres.
Has muerto. Vuelve a A.
Aquí se acaba esta historia, cierra el libro y no vuelvas atrás, ni para ver cómo continúa la conversación entre Edgar y Jessica ni para ver el resto de opciones disponibles.
C
Cuando el guardia abre la puerta para darte la comida, corres hacia él con la roca para golpearle y lograr salir de ahí. Te resbalas, te pegas en la cabeza con un saliente y mueres.
Has muerto. Vuelve a A.
Aquí se acaba esta historia, cierra el libro y no vuelvas atrás, ni para ver cómo continúa la conversación entre Edgar y Jessica ni para ver el resto de opciones disponibles.
D
Cuando el guardia abre la puerta para darte la comida, corres hacia él con la cadena para ahogarle y lograr salir de ahí. Te resbalas, te pegas en la cabeza con un saliente y mueres.
Has muerto. Vuelve a A.
Aquí se acaba esta historia, cierra el libro y no vuelvas atrás, ni para ver cómo continúa la conversación entre Edgar y Jessica ni para ver el resto de opciones disponibles.
E
El carcelero muestra una mueca de sorpresa ante tan extravagante petición, aunque no superada por su mirada llena de ira, pues el carcelero ha amado a la Señora Bigotitos desde el mismo momento en el que la vió. Llevaba años ahorrando para poder comprarle un anillo digno de su belleza y elegancia. El mero hecho de pensar que se dirigía a las mazmorras y que podría verla, con su semblante orgulloso, su pelaje resplandeciente y sus patas traseras curvadas y carnosas, le hacía ver el horizonte color de rosa y le permitía tener la sensación de oler perfume de amapola hasta en el más aciago de los días.
Lleno de ira, pero también de celos, el carcelero saca su espada, la inserta en tu abdomen y mueres.
Aunque hayas muerto en esta pequeña y breve realidad que se ha abierto ante tus ojos, ya no te importa la historia de Edgar. Prefieres conocer el destino de la Señora Bigotitos y el carcelero. - Vé a E2.
Aceptas tu derrota y vuelves a la intensa conversación con Jessica. - Vé a F.
No aceptas la derrota, así que cierras este libro, te cruzas de brazos, pones cara de enfado y finges no respirar como forma de protesta.
E2
El carcelero y la señora Bigotitos se casaron y tuvieron tres camadas de crías. Tras ocho años de aparente feliz matrimonio, el carcelero llegó un día un poco antes del trabajo y descubrió a la Señora Bigotitos en la cama haciendo un trío con Rodolfo y Adolfo, los hámsters de los vecinos de enfrente. El carcelero aprendió que los celos no son sanos, se unió a la orgía y ahora viven entre todos una relación poliamorosa y transespecie.
Alegre al saber que esta historia ha tenido un final feliz, vuelves a la intensa conversación con Jessica. - Vé a F.
No estás contento con el final de esta historia, pues el carcelero no ha tenido redención ni castigo por haber matado al preso, no te convence su arco de personaje, pero vuelves igualmente a la intensa conversación con Jessica. - Vé a F.
No quieres seguir con ninguna de estas opciones, ya que eres un ser humano y tienes libre albedrío, así que decides cerrar el libro solo para demostrar tu libertad de acción. Aunque también es cierto que se te ha planteado la opción de cerrar el libro, no una, sino varias veces, así que si finalmente lo cierras, habrás ejecutado una de las opciones disponibles, y por lo tanto, queda demostrado que no tienes libre albedrío. “Si elijo una opción desechando otras es la definición de libre albedrío”, puede que pienses, pero elegir entre diversas opciones es lo que te define, por lo tanto, no estás tomando una decisión, sino que estás remarcando tu personalidad, tu lugar en la realidad que te ha tocado. Sí, exacto, que te ha tocado. Nada ha sido tu elección, ni la de nadie. Todos han nacido en un contexto, con unos padres, unos amigos, una influencia cultural. Todo es esperable, todo se ve venir, hasta la gente rebelde. Siempre hay gente rebelde y gente sumisa. Los rebeldes son igual de predecibles que los sumisos, incluso más. Sigue la intensa conversación con Jessica, o cierra el libro, haz lo que quieras. O lo que tú crees que quieres. La única opción real de demostrar que tienes libre albedrío es hacer algo ilógico, como ponerte a bailar en este mismo momento, contar el número de pelos de tu ceja izquierda o prender fuego a la silla más cercana. Pero no hagas ninguna de estas opciones, pues si las ejecutas, habrás hecho algo esperable. Debes hacer algo verdaderamente inesperado e ilógico. Sé ilógico, sé libre, crea un multiverso. Un multiverso predecible, un multiverso que no será libre.
F
Edgar y Jessica mantuvieron la mirada. Edgar quería expulsar la rabia de su cuerpo, no la quería. Nunca había estado enfadado, al menos no de esa manera, y no le gustaba estarlo. La mirada de Jessica indicaba que estaba esperando a que Edgar lograra dejar escapar su rabia. Mantuvieron la mirada unos segundos, hasta que Jessica cambió la expresión de sus ojos. Se mostraba decepcionada. Jessica se levantó y caminó hacia el dormitorio. Edgar se mantuvo en el mismo lugar, sentado en el sofá, durante horas, sin apenas mover ningún músculo. Edgar quiso llorar. O gritar. Lo que sea. Quería hacer lo que sea. Lo que sea.
A la mañana siguiente, Edgar se despertó en el sofá, en una posición extraña e incómoda que le hizo tener el brazo izquierdo completamente dormido. No recordaba haberse dormido, pensó que seguramente cayó rendido tras el día tan movido como el que tuvo el día anterior.
Se levantó y masajeó su brazo izquierdo para recuperar la movilidad. Los rayos de sol entraban por la ventana, creando una imagen idílica.
--¡Jessica!--Edgar llamó a su esposa, quería pedirle perdón por haberle gritado. Ella no se merecía ese trato.--¡Jessica!--Edgar caminó por toda la casa, pero Jessica no estaba. Eran las seis y media de la mañana. Jessica solía madrugar e irse pronto, pero no tanto. Supuso que quiso irse más pronto porque no quería discutir.
Edgar entró en el dormitorio para cambiarse de ropa. No se cambió ni se duchó desde el día anterior, y notaba que comenzaba a apestar. Abrió el armario para coger ropa limpia, y no vio ropa de Jessica. Su primer pensamiento es que cogió sus cosas y se fue a un hotel o a casa de una amiga a causa del enfado, pero no había un hueco donde hubiera estado la ropa de Jessica. Toda la ropa de Edgar ocupaba todo el espacio disponible del armario, como si nunca hubiera vivido otra persona en esa casa.
Edgar miró en el resto del apartamento. El cepillo de dientes de Jessica no estaba, ni su cepillo para el pelo. No estaba su champú especial para rizos rebeldes, ni la mascarilla hidratante que le proporcionaba ese precioso color cobrizo en el cabello. Fue a la cocina y no encontró la taza de Batman que Jessica le regaló el año pasado en su cumpleaños. Miró en el garaje y no estaban sus esterillas de yoga ni sus pesas de cross-fit. Volvió al dormitorio y no encontró en su mesilla de noche el libro que estaba leyendo. No estaba su mesilla de noche. De hecho, el tamaño de la cama ahora no era de matrimonio, sino de tamaño estándar para una sola persona.
Edgar notó una vibración en su bolsillo. Era su móvil, estaba recibiendo una llamada de un número desconocido.
--¿Sí, dígame?
--Buenos días señor, ¿es usted Edgar Martínez?
--Rodríguez.
--Eso, disculpe, con tantas demandas de empleo uno se vuelve loco.
--¿Demanda de empleo?
--Claro, usted estuvo ayer en las oficinas del paro, ¿no? ¿O es que me he vuelto a equivocar? Maldita sea, a este paso me van a despedir.
--No, es decir, sí, ayer estuve en las oficinas del paro.
--Pues tiene una oferta en los estudios de televisión de la ciudad, ya sabe, donde dan las noticias.
--¿En televisión?
--Sí, claro, ¿usted tiene experiencia como sonidista, no? Joder, me he vuelto a equivocar, tengo los días contados en este sitio.
--Sí, sí, tengo experiencia.
--¡Genial! ¡Me ha salvado el cuello! Pues le esperan ahí dentro de una hora.
IX
Edgar se duchó apresuradamente y se vistió lo más elegantemente que pudo, al menos con la ropa que tenía a su disposición. Edgar se dispuso a preparar la ruta en el móvil para coger el coche y dirigirse a los platós de televisión, cuando recordó que no tenía su coche disponible, ya que se encontraba en el parking de las oficinas del paro. Ahí había acordado encontrarse con el conductor la semana siguiente, pero ahora no sería posible, porque ahora tenía trabajo. No podía ser una casualidad. ¿O sí? Edgar tenía mucha experiencia, no sólo sujetando micrófonos, también debía elegir el modelo adecuado para cada situación y hacía las modificaciones pertinentes. No había nada de raro en que le buscaran a él específicamente.
Edgar llamó a un taxi, y el taxista utilizó exactamente las mismas palabras del anterior taxista que le atendió la noche anterior. Aunque no había parecidos físicos evidentes, ambos taxistas tenían el mismo perfil, ya fuera visual como de comportamiento. Una vez más, el taxista no habló con Edgar más allá de lo necesario. Edgar recordó la situación en la que perdió su anterior trabajo, el único que ha tenido, o al menos, el único que recuerda haber tenido. Recordó la palabra que decía Brad, el actor que hacía de villano, cada vez que olvidaba el texto: “frase”. Lo dijo muchas veces. ¿Sería Brad una persona o un robot? El hecho de equivocarse le convertiría en humano, pero el hecho de equivocarse siempre en lo mismo dejaría en evidencia que hay una programación detrás, es decir, que era un robot. Edgar pensó que el ser humano es autodestructivo por naturaleza, lo que podría indicar que es humano. Pensó en que recordaba haber visto la naturaleza en películas, pero que nunca había estado en ella, pues nunca había ido de acampada ni de picnic, por lo que lo único que sabía de la naturaleza es lo que otros le han mostrado.
El taxista condujo atravesando varios túneles hasta que llegó a su destino.
Edgar bajó del taxi sin preocuparse en pagar y miró hacia los platós de televisión. Un edificio bajo, con arquitectura de estilo reciente, más práctico que estético. Enfrente de la entrada de los platós había tres negocios: una peluquería, que en ese momento estaba cerrada, una tienda de alimentación y una farmacia, ambos abiertos. Edgar se fijó en la gente que allí caminaba. Todos con mirada bovina, sin aparente rumbo, sin interactuar con los elementos del decorado. A Edgar no le sorprendió. De hecho, encontró tranquilizador estar en un entorno que conocía, aunque no lo comprendiera. Edgar entró por la puerta principal, y al igual que pasó en las oficinas del paro, la salida estaba bloqueada, en este caso por una enorme cámara de televisión que se había quedado encajada en el marco de la puerta. Edgar sabía que si hubiera querido dar media vuelta y volver a casa no hubiera podido, pero tampoco se mostró interesado en ello, tenía curiosidad por ver qué se encontraba.
--Hola, soy Edgar Rodríguez, me han llamado para sustituir al sonidista.--Le preguntó Edgar al recepcionista.
--Así que tú eres el nuevo. Déjame que te vea… sí, valdrás. Escucha bien, porque no lo voy a repetir: tienes que seguir todo recto ese pasillo, y cuando veas una puerta verde, la cruzas. Una vez dentro, coge un poco de catering para ti y para el realizador. Después, sales de la habitación, y caminas 100 metros hacia la izquierda, donde hay un ascensor en el que tienes que pulsar el botón B, que te llevará al despacho de uno de los redactores del telediario. Ahí, pregunta donde coges tu equipo y ya podrás comenzar con tu trabajo. ¡Venga, corre, que se me acumula la cola!
Edgar se giró y vió una cola de cinco personas a su espalda. Se apartó y comenzó a caminar muy lentamente hacia donde le habían indicado. Miró a esas personas, vió como interactuaban con el recepcionista, y concluyó que no eran iguales que la gente que vió por la calle. Se fijó en el último de la cola. Parecía ser Revolucionador, aunque era difícil saberlo siendo parte de masa homogénea de personas que buscaban trabajo. Masa en la que también estaba incluido Edgar.
Cuando estaba dentro de edificios, donde deberían estar, la gente parecía tener personalidad y voluntad, al menos un pequeño porcentaje. En la inmensa mayoría de casos, muy limitada, pero al menos la tenían. Edgar siguió caminando con lentitud hacia la habitación de puerta verde. ¿Y si haciendo exactamente lo que le dicen no es más que otra de esas personas, con personalidad y voluntad, pero la justa como para no ser una copia exacta de otro individuo? ¿Y si limitándose a hacer lo que le dicen le pasa lo mismo que en la oficina del paro? Puede que le tengan otra vez dando vueltas, sin lograr salir. Tal vez esta vez se quedaba ahí para siempre. Tal vez no hacía falta que apareciese un policía y lo matase, simplemente debía quedarse ahí dando vueltas para la eternidad.
Edgar entró en la habitación de puerta verde, pero en lugar de agarrar comida para él y el realizador, agarró toda la que pudo cargar. Quince, tal vez veinte raciones. No le importó el número concreto, sólo que no fuese el que le habían dicho. Edgar fue al ascensor, y estudió sus opciones. No sólo estaba el botón B que le comentó el recepcionista, sino que también había un botón A, X e Y. Pulsó el botón Y, con el codo por tener las manos ocupadas, por la simple razón de que era el número más alto en orden alfabético. Edgar pensó que el orden alfabético era arbitrario, no seguía ninguna lógica natural, pero lo había aceptado como una verdad inamovible.
El ascensor comenzó a ascender. O tal vez descender. Desde fuera, el edificio no parecía ser tan alto como para tener 4 plantas. Subiese o bajase, a Edgar le pareció que tardaba mucho. Tras unos segundos que le parecieron eternos, llegó a la planta Y.
La puerta se abrió, y vio un pasillo que conectaba con más pasillos. No lo sabía porque desde su posición no lo alcanzaba a ver, pero parecía que esos pasillos conectaban con más pasillos. Edgar dió unos pocos pasos y pudo ver a un guardia de seguridad al doblar la esquina derecha. El guardia se acercó con tranquilidad, pero con una mano agarrando la porra que colgaba de su cinturón.
--Por favor, señor, si fuera tan amable de enseñarme su documentación…
--Pregúntame si tengo hambre.
--¿Disculpe?
--Pregúntame si tengo hambre.
--¿Lo dice por toda esa comida que lleva encima, señor?
Cuando el guardia estaba muy cerca de Edgar, a menos de un metro, Edgar le lanzó todas las raciones de comida para despistarle. Edgar salió corriendo hacia el pasillo de la derecha, estaba casi seguro de que el guardia no vio por donde se había ido. Edgar se escondió agachado tras una maceta muy grande, de la cual brotaban unas hojas muy voluminosas, pero que no desprendían olor. Edgar pensó que si no olían a nada, muy probablemente fueran hojas falsas, hojas de plástico. Elementos de un decorado. El guardia apareció en ese pasillo, y Edgar se agachó y escondió detrás de la maceta lo mejor que pudo. El tamaño de la maceta era el ideal para que una persona adulta agachada se pudiera esconder sin problemas. El guardia caminó con cierta rapidez y pasó justo al lado de Edgar, pero pareció no verle. A Edgar le pareció extraño, pero desde luego fue un alivio. El guardia siguió caminando y desapareció al doblar la esquina izquierda, volviendo a su posición inicial.
Edgar salió de su cobertura y escrutó la zona con mucho cuidado. Aunque no sabría explicar cómo, le pareció tener una especie de visión aérea. Podía ver más allá de donde veían sus ojos. Sentía que podía cambiar de perspectiva, que podía posicionar su visión, su “cámara” por así decirlo, en la posición que a él le resultase más cómoda.
No podría volver por donde había venido, pues estaría el guardia custodiando el ascensor, así que debía encontrar otro camino. De cuando en cuando veía u oía a lo lejos a otros guardias, así que tomaba otros caminos. Gracias a su nueva visión, era capaz de ver a sus enemigos antes de que le vieran a él. En esa planta había muchos pasillos, muchos posibles caminos, distintas formas de llegar al final, distintos finales. Edgar se vió rodeado por delante y por detrás de dos parejas de guardias que se acercaban muy peligrosamente a su posición. Ahora que los tenía más cerca, pudo ver que estos guardias iban armados, algunos con pistolas, otros con escopetas, otros con metralletas. Esos guardias muy posiblemente fueran como los policías de la calle, de los que disparan si cometes la osadía de curiosear.
Edgar logró refugiarse en una habitación que milagrosamente tenía la puerta abierta. Era un vestuario, al parecer de los propios guardias, pues además de unos bancos para sentarse, una ducha y unas taquillas, también había varias armas en la pared. Cinco pistolas, un par de katanas, una voluminosa llave que tenía escrito en el llavero “llave del presentador” y unos nunchakus. No entendió por qué los guardias tendrían armas de corto alcance, pero tampoco entendió por qué no las llevaban encima si las tenían disponibles. Era muy sutil, pero Edgar notó un ligero brillo en los estantes dónde esas armas reposaban, como queriendo llamar la atención de Edgar, como una especie de invitación a ser empuñadas. Veía ropa de guardia colgada de un perchero, pero no la cogió. Le hubiera resultado útil para caminar por esos pasillos sin peligro, pero esa ropa no tenía el sutil brillo que sí tenían las armas.
Edgar agarró una de las pistolas. Era un revólver Colt 20., con un tambor de seis balas y un cargador muy cómodo y sencillo de usar, perfecto para recargar con rapidez tras una ráfaga de disparos. Edgar hizo girar el revólver con habilidad, poniendo el dedo índice en el gatillo, como si fuera una película de vaqueros. Edgar se enfundó el revólver en su cinturón, como si fuera una cartuchera. Edgar agarró una de las dos katanas. Palpó el filo con el pulgar para asegurarse de que estaba afilada, y pudo ver que así era. Edgar empuñó la katana en posición Chudan no kamae y propinó una estocada al soporte que sujetaba las otras cuatro pistolas, partiéndose en dos en un corte limpio y recto. Tanto el soporte como las pistolas cayeron al suelo, dejando patente la habilidad y efectividad de Edgar en su manejo con la espada. Edgar volvió a envainar la katana y la colocó en su espalda con unas telas preparadas para esa función que estaban en la funda de la propia espada. Edgar agarró los nunchakus y los movió con rapidez, cambiando de mano y de postura con una soltura que evidenciaba una práctica constante. Edgar metió los nunchakus en su bolsillo izquierdo, de tal manera que no le impedía caminar cómodamente, pero que le permitía tenerlos preparados para una lucha inmediata. Acabó cogiendo la voluminosa llave que tenía escrito “llave del presentador” y se la metió en el bolsillo trasero del pantalón.
Edgar volvió a salir al pasillo y no vió a ningún guardia. Avanzó hacia adelante, o al menos lo que a él le pareció que era caminar hacia adelante. Gracias a su nueva visión aérea, pudo distinguir una puerta negra en la lejanía. Parecía ser el final del camino, o al menos, uno de los finales. Las palabras “Cuarto del presentador” estaban serigrafiadas en la puerta a la altura de sus ojos. Edgar se dispuso a abrir la puerta, pero necesitaba de una llave. Edgar sacó la voluminosa llave que se había guardado en el bolsillo, y en el llavero se podía leer en letras grandes “llave del presentador”. Edgar abrió la puerta y se dirigió al interior de la habitación sin pensárselo. La habitación estaba oscura. Edgar dió unos cuantos pasos y las luces se encendieron de repente. Aparecieron una docena de guardias a su espalda, todos armados con metralletas. Le apuntaron y le dispararon. Edgar corrió como nunca había corrido, hacia delante, sin importarle lo que hubiera, siempre y cuando pudiera escapar de los disparos. Edgar vió una cristalera, al parecer de una cúpula. Edgar saltó sobre ella sin pensárselo, con el objetivo de atravesar los cristales.
Edgar cayó en una gran habitación, con mucho espacio para moverse libremente. Al fondo pudo ver una mesa y a una persona sentada tras la mesa. Era Mateo Prados, el presentador de las noticias. Ese era el plató donde se rodaba el telediario. Mateo Prados dio un manotazo y golpeó a la mesa, estampándola contra la pared, haciéndola añicos. La piernas de Mateo Prados eran robóticas. De un gris metálico, brillantes, aunque desgastadas. En esas piernas había fuerza y rapidez, la que no tendrían unas piernas humanas. El presentador abrió la boca y produjo un sonido, una mezcla entre grito humano y chirrido metálico. Sus brazos comenzaron a expandirse, rompiendo su ropa, dejando visible que todo su cuerpo era metálico. Sus brazos se dividieron en 4 extremidades, amenazantes y claramente creadas para pelear. El presentador se colocó en una posición nada humana, pues no era humano. Su postura parecía decir que quería luchar. Edgar aceptó el reto.
Edgar sacó el revólver y disparó una ráfaga de seis disparos. No parecieron afectar demasiado al presentador, aunque le relentizó. Mientras Edgar recargaba, el presentador le atacó con un puñetazo que Edgar esquivó echándose a un lado, seguido de otro que esquivó de una voltereta lateral, seguido de otro que no pudo evitar, el cual impactó de lleno. Edgar retrocedió, pero aún le quedaba vitalidad para continuar.
Logró recargar el revólver, y el presentador saltó tras su posición. Edgar se anticipó y dió un doble salto que le posicionó en su espalda, lo que le permitió empuñar los nunchakus y golpearle rápidamente con una combinación de 4 golpes. Edgar tuvo la sensación de que podía hacerlo mejor, aunque era evidente que logró quitarle mucha vitalidad al presentador. El presentador se dió la vuelta y volvió a pegarle con la misma combinación de puñetazos que antes, por lo que Edgar logró esquivarla con facilidad, con tanta facilidad, que inmediatamente después de esquivar el último golpe, volvió a hacer un doble salto para posicionarse en su espalda y hacer una combinación de cinco golpes con los nunchakus, esta vez mucho más letales, y que le quitaron aún más vitalidad al presentador.
El presentador volvió a emitir su grito, mitad humano, mitad metálico. Dio un potente salto que lo posicionó en uno de los extremos de la habitación, y Edgar pudo notar como su visión aérea creció, pudiendo ver la totalidad de la estancia en la que se encontraba. El presentador lanzó un enorme rayo láser desde su boca que ocupó un tercio de la habitación, seguido de otros dos rayos que ocuparon los otros dos tercios. Edgar pudo esquivar con facilidad los dos primeros rayos, pero el tercero le pilló desprevenido y le dió de lleno. Edgar pudo continuar, pues aún le quedaba vitalidad. El presentador se acercó de nuevo y le propinó sus ya repetitivos puñetazos, que esquivó con facilidad. Edgar supuso que en un intento de sorprenderle, iría un cuarto puñetazo, y así fue. Gracias a su anticipación lo logró evitar, así que volvió a hacer un doble salto para posicionarse en su espalda, y esta vez le atacó con la katana. Hizo una combinación de tres golpes y culminó con un ataque cargado, que dejó al presentador con muy poca vitalidad. Quiso hacer un segundo ataque cargado, pero no pudo, porque parecía ser necesario dejar descansar esa habilidad antes de poder usarla de nuevo.
El presentador repitió la rutina de tres rayos láser y cuatro puñetazos, los cuales Edgar esquivó con facilidad. Volvió a hacer un doble salto y a golpearle con la katana. Edgar aprendía de sus errores, pero su rival no.
El presentador perdió casi toda su vitalidad, solo le quedaba un golpe para caer derrotado. Dió otro de sus característicos gritos, lo suficiente fuerte como para empujar a Edgar hasta un extremo de la habitación. Uno de sus brazos se desprendió y dejó ver un cañón que tenía escondido. El presentador lanzó muchas bolas de energía, las cuales eran relativamente fáciles de esquivar para Edgar si se movía con rapidez y reflejos. Edgar se movió, esquivando las bolas de energía con rápidas fintas, buscando un hueco para atacar cuerpo a cuerpo, pues el continuo bombardeo hacía imposible disparar con el revólver sin que las balas impactasen en una de la bolas de energía. Tras unos segundos de rápidos movimientos, Edgar logró acercarse lo suficiente al presentador y asestar el golpe definitivo con la katana. La cara y el pecho de Edgar se llenaron de sangre, o lo que debía ser la sangre de un robot que se hacía pasar por humano. Por colorido, textura y olor, parecía el líquido refrigerante de un coche.
La pared del fondo del plató, donde Mateo Prados hacía su programa, se abrió súbitamente. Apareció una grieta que resplandecía, la cual se abrió y dejó ver unas enormes escaleras que conducían a una especie de altar. En dicho altar se podía ver a dos enormes estatuas, 5 o 6 veces tan altas como lo era Edgar. Las estatuas tenían forma humanoide, una femenina y otra masculina. A pesar de la diferencia de sexo, tanto la forma corporal como la ropa que había tallada en sus cuerpos de mármol era muy similar. De formas y proporciones muy hermosas, parecían deidades olvidadas hace mucho tiempo, a pesar de que su estado de conservación era inmaculado. En lugar de tener un solo rostro, cada estatua parecía tener muchos rostros. Distintas facciones faciales se fundían dependiendo del ángulo desde donde mirase. Edgar subió las escaleras, y su hasta ahora visión aérea se tornó como una visión mucho más cercana, pero seguía pudiendo ver su cuerpo, como si sus ojos, su visión, su “cámara”, estuviera justo detrás de los hombros. Edgar no apartaba la vista de las estatuas.
---¿Qué es lo que buscas?--Dijo una de las estatuas. O las dos. O ninguna.
--Busco la verdad.
---¿Cuál es esa verdad que buscas?
--La naturaleza del mundo que me rodea.
---Naces, mueres, solo eso.
--¿Ya está? ¿Nada más?
---¿Por qué debería haber algo más?
--No puede ser tan simple.
---Quieres conocer tu propósito, tu destino.
--Yo creo mi propio destino, nadie decide por mi.
---Tantas realidades, tantos caminos, tantos finales. Tú forjas tu propio destino, un destino que no puede ser modificado, ni alterado.
--He tomado mis propias decisiones, acertadas o no, y he vivido las consecuencias. He visto como en mi vida el azar ha sido un factor, y me ha afectado la justicia y la injusticia. Si todo es teatro, felicito al guionista.
---¿Y si descubrieras que alguien decide por tí?
--Lucharía por labrar mi propia historia.
---Tal vez no puedas hacerlo.
--Lo haré. No me rendiré. Lo lograré. Sé que puedo hacerlo.
---No puedes sustituir lo que es por lo que crees. Lo que es, es.
--Pero puedo creer lo que no es.
---No puedes creer lo que no es, no si dudas de lo que es y de lo que no es. Una vez que se ha planteado la duda, se mantiene para siempre en tu conciencia, y dejas de querer creer, o quieres creer, pero nunca vuelves a conseguirlo. Cuando dejas de creer, llega el infortunio, la inquietud, la infelicidad.
--Por lo tanto, ¿la ausencia de conciencia significaría el fin de la duda? Si es así, ¿por qué se me ha brindado de una conciencia?
---No se te ha brindado nada. Hay infinitos multiversos, hasta multiversos en los que no hay multiversos. Eres una opción, una probabilidad.
--¿Entonces hay otro yo que no duda? ¿Hay otro yo que cree lo que no es?
---Hay otros “yo” de todos los “yo”. Todos los “yo” han llegado hasta aquí, y todos han visto y comprendido el multiverso. Todos han tenido la capacidad de volver a la realidad que les haría felices. ¿Quieres hacerlo?
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--¿Quieres vivir una mentira, aunque sepas que lo es, con tal de conservar lo que crees, y no lo que es?
--Sí.
--Todos dicen lo mismo, aunque no lo digan. Así sea.
Edgar vió un destello, luego oscuridad, y luego otro destello. Estaba delante de su casa, en una tarde de primavera, en un día soleado. Edgar caminó hacia su casa, abrió la puerta y entró. Jessica le esperaba tras la puerta. Los cálidos rayos de sol entraban por la ventana, impactando en el pelo de Jessica. Su cabello cobrizo refulgía con fuerza. Sus ojos expresaban amor, ternura, cariño. Edgar se acercó y le agarró de las manos con suavidad. Tanto Edgar como Jessica acercaron lentamente sus labios, y se dieron un largo beso. Jessica y Edgar se miraron. Aguantaron la mirada una cantidad de tiempo indefinible. Los ojos verde esmeralda de Jessica brillaban con fulgor. Una pequeña grieta asomó en el pómulo izquierdo de Jessica, seguida por otra pequeña grieta que desprendía una débil luz azul por debajo de la barbilla. Una de las piezas de la cara metálica de Jessica se desprendió, dejando ver todos los engranajes y cables que había debajo. De un tierno movimiento, Edgar agarró la pieza desprendida y la volvió a colocar en su sitio.
Edgar pensó en todas las palabras que podrían expresar lo que sentía en ese momento. Eran palabras bonitas, alegres, que expresaban felicidad. Solo pronunció una.
--¡Frase!