Como ya comenté en una de mis publicaciones de más éxito en lo que a número de visitas de refiere, los juegos de conducción rarísima vez me gustan. Es más, si mi no voy errado, solo habrá un juego más de esta índole en esta lista de mis 100 videojuegos favoritos, y tampoco andará en una posición privilegiada. Para que un juego de este tipo me entusiasme, no solo tiene que ser bueno, si no que debe tener algo especial, algo que consiga un enamoramiento por mi parte. Puede ser una gran historia, una gran banda sonora o un depuradísimo sistema de control. Pero no amigos, las cosas no van por ahí. Lo que me gusta de Crash Team Racing es algo tan simple como la emoción. La emoción de una carrera igualada, más concretamente.
Como profano en el género, cada vez que juego con alguien a cualquier videojuego de conducción me da una paliza, más si se trata de un simulador. Pero en Crash Team Racing las cosas no son así, simplemente hay que ser el más pillo, el mejor estratega, y ante todo, el mayor cabrón. Debes estar preparado para que tu mejor amigo, ese que conoces desde que eras niño, te odie para siempre cuando le arrebates la victoria por lanzarle una bomba.
Si un juego consigue que pierdas la mejor amistad que hayas podido encontrar en toda tu miserable vida y no te enfadas con el juego en cuestión, está claro que es una obra maestra.
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