domingo, 24 de agosto de 2014

Crítica cinéfila - Locke


Locke no es una película convencional, eso hay que tenerlo claro desde el principio. La historia trata sobre un arquitecto (Tom Hardy) que se prepara para la construcción más importante de su carrera, pero que de repente recibe una llamada y se mete en el coche para afrontar la que será la noche más determinante de su vida. Y hasta aquí puedo contar. Literalmente. Toda la película transcurre en el interior del coche que va conduciendo el personaje de Tom Hardy, en el cual irá hablando por teléfono mientras conduce.

La idea puede parecer algo insuficiente para una película de 85 minutos, pero nada más lejos de la realidad: no se hace pesada, el protagonista está muy bien construido y sus relaciones con las personas que va conversando son completamente creíbles. Tal vez ahí resida el gran acierto de la película: en la credibilidad.


Estamos acostumbrados a ver películas de superhéroes, marines que salvan al mundo de una conspiración malvada mundial, destrucciones de grandes ciudades o animales que hablan, y si queremos algo más realista, nos sumergimos en tramas de asesinos en serie, policías que luchan contra bandas callejeras o dramas bélicos. Cosas que podrían pasarnos, pero en muy baja medida. Con Locke pasa justo lo contrario: el problema que plantea es muy creíble, nos podría pasar en cualquier momento de nuestra vida, aunque no sea directamente.

En la humanidad del guión de Steven Knight (que también dirige la cinta) reside su magia: algo que no debería resultar entretenido es sumamente trepidante, algo que se consigue en gran parte con el buen hacer actoral de Tom Hardy. Al ser el único intérprete, era vital que su actuación fuera buena, y no solo ha resultado buena, sino que le auguro una buena racha de nominaciones y premios. Por si fuera poco, en la parte técnica es bastante mejor de lo que cabría esperar en un principio: el montaje y la fotografía tienen un nivel notable.


Por desgracia, este tipo de películas de un solo personaje suelen tender a "la falta de algo" que les haga brillar especialmente. Ya le pasó el año pasado a Cuando todo está perdido, incluso todo un portento cinematográfico como lo es Gravity sufre de éste mal. O puede que sea simplemente manías mías.

Nota: 7/10

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